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Sociedad

30 de septiembre: Día internacional del Trastorno del Lenguaje

Un trastorno invisible.

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El Trastorno del Desarrollo del Lenguaje (TDL) se caracteriza por la dificultad para comprender y/o expresar el lenguaje, contando con la intención de comunicarse. Su frecuencia de aparición a nivel mundial es de 2 a 7 niños cada 100, según el Consorcio Anglosajón CATALISE, especializado en el estudio de esta dificultad.

Según el experto catalán Llorenc Andreau Barrachina, el TDL parece no solo circunscribirse al déficit en el desempeño lingüístico, sino que suele estar asociado a problemas de conducta, de socialización, de atención y de aprendizaje. Ahora bien, ¿cómo es el desarrollo del lenguaje en un niño y cómo se puede detectar este trastorno?

El proceso de adquisición del lenguaje básico se inicia en el nacimiento y se completa alrededor de los 6 años. En el desarrollo típico, las primeras palabras se adquieren alrededor de los 18 meses, y a los 2 años los niños ya pueden combinar dos palabras. Además, en esa etapa de la vida, logran aprender nueve palabras nuevas al día. Con 3 años, pueden armar frases con artículos y verbos conjugados; a los 4 construyen frases completas, pueden empezar a sostener pequeñas conversaciones y a contar, por ejemplo, qué hicieron en el jardín de infantes.

Según la investigadora estadounidense Catherine Lord, un niño de 6 años cuenta con un vocabulario de alrededor de 2.500 palabras, pero en la vida adulta podemos alcanzar un léxico que se conforme de 60.000 a 120.000 palabras. Este dato nos aporta información muy importante: la primera, es que el lenguaje se desarrolla a lo largo de toda la vida y, la segunda, que se trata de la principal herramienta para acceder al conocimiento.

¿Cómo vive un niño que padece trastorno del lenguaje?

Un niño con TDL inicia el proceso de adquisición del lenguaje de modo tardío y los hitos descriptos suelen seguir de modo muy desfasado. En muchas ocasiones les cuesta comprender y hablar, y en otros casos comprenden, pero se dificulta la expresión. Para ponerlo en un ejemplo, un niño en esta situación es similar a un adulto en un sitio en donde no conoce el idioma y no comprende lo que le dicen; son ocasiones en las que, para entender, es habitual prestar atención a las situaciones, al contexto, a los gestos y a algunas palabras claves. Se podría decir que “un niño con TDL es como un extranjero en su nuevo país”.

“El trastorno invisible”, así bautizó la catedrática española Elvira Mendoza Lara a esta dificultad. Cuando llega a alterar la expresión, las manifestaciones pueden ser de distinto tipo: algunos niños hablan mucho y no se les entiende, otros utilizan palabras sueltas o solo partes de palabras, otros hablan poco y usan frases telegráficas, algunos se olvidan las palabras y, finalmente, otros que usan muchas palabras, saben armar frases, pronuncian bien, pero no logran narrar con coherencia: se desorganizan y no pueden sintetizar las ideas.

Evidentemente, los síntomas del TDL son muy variables y los cuadros son dinámicos a lo largo de los años. Un niño puede tener ausencia del lenguaje a los 3 años, hablar mucho y mal a los 4, y a los 7 u 8 puede expresarse bien desde el punto de vista de la forma, pero con fallas en la organización y en la coherencia.

¿Cuáles son las causas de su aparición?

El TDL se presenta como un cuadro caracterizado por la falta de habilidad personal para adquirir el lenguaje, pero -más allá del componente individual que posee- el entorno familiar también puede colaborar o perjudicar las condiciones de estos niños.

El lenguaje es de hecho una habilidad que se desarrolla por la interacción de dos factores: por un lado, la habilidad personal de cada sujeto y, por el otro, la estimulación medioambiental. Para que un niño hable, su entorno debe hablarle y, si cuenta con una inhabilidad, ese entorno debe comunicarse ajustando el discurso y la forma a las posibilidades de ese niño.

El factor “pandemia”

Durante el período de la pandemia, se observó una notable baja en la tasa de estimulación ambiental. El hecho de no poder asistir al colegio, el uso excesivo de dispositivos electrónicos, la falta de contacto social y la imposibilidad de asistir a las terapias presencialmente, hicieron que estos niños se vieran perjudicados. Además, otros chicos sin diagnóstico de TDL sufrieron retrasos en la adquisición del lenguaje por causas también de baja estimulación y un uso excesivo de artefactos digitales. La Organización Mundial de la Salud desaconseja enfáticamente el uso de dispositivos electrónicos a niños menores de 5 años y recomienda el uso limitado en niños mayores de esa edad, en pos de evitar consecuencias negativas sobre la comunicación, la atención, la conducta y la socialización.

La importancia de prestar atención a la detección del TDL, radica en que suele tener consecuencias sobre la atención y la socialización con pares, y generar dificultades en el aprendizaje de la lectoescritura en los primeros años del colegio y alteraciones en la comprensión lectora en etapas avanzadas de la escolaridad.

Nacionales

El papel de las muñecas en la construcción de la intimidad y el apego

A primera vista, una muñeca puede parecer un objeto trivial. Sin embargo, a lo largo de la historia, estos artefactos han ocupado un lugar central en la vida afectiva de las personas.

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Desde figuras talladas en madera en culturas antiguas hasta los juguetes de plástico de la era industrial, las muñecas han funcionado como espejos simbólicos de nuestras emociones y vínculos. No solo se trata de entretenimiento: representan la forma en que los seres humanos ensayan la intimidad y el apego.

El juego simbólico en la infancia

La psicología del desarrollo lo muestra con claridad: cuando un niño alimenta, acuesta o protege a una muñeca, está practicando emociones complejas. Ese juego simbólico es un laboratorio afectivo. Allí se ensaya la empatía, se aprende a cuidar y se proyectan vínculos que luego estructurarán relaciones reales. Por eso, las muñecas han sido herramientas educativas invisibles durante generaciones, más allá de su apariencia simple.

Del juguete al objeto de compañía

Con el paso del tiempo, las muñecas dejan de ser parte del juego infantil para transformarse en objetos de colección, piezas de arte o recuerdos cargados de nostalgia. Sin embargo, en las últimas décadas han adoptado un nuevo rol: convertirse en acompañantes emocionales de adultos. El fenómeno de las muñecas hiperrealistas  o realistic sex doll—cada vez más realistas en diseño, materiales y expresividad— revela hasta qué punto los seres humanos buscan intimidad incluso con lo inanimado.

La psicología detrás del apego a los objetos

¿Es extraño generar un vínculo con un objeto? Para muchos especialistas, no tanto. Los seres humanos tienden a atribuir cualidades humanas a aquello que los rodea: desde hablarle al auto que no arranca hasta sentir consuelo en un peluche de la infancia. En un mundo marcado por la soledad urbana, los vínculos con objetos antropomorfos o chubby sex doll cumplen una función: reducir la ansiedad, aliviar la sensación de vacío y brindar la ilusión de compañía.

Entre el tabú y la aceptación social

La idea de que un adulto pueda encontrar intimidad en una muñeca todavía genera rechazo en muchos sectores. Sin embargo, lo mismo ocurrió en el pasado con otras prácticas hoy aceptadas. Lo interesante es que estas muñecas obligan a replantear la frontera entre lo aceptable y lo prohibido, entre lo privado y lo social. Al fin y al cabo, si cumplen una función de compañía o bienestar, ¿no estamos frente a un fenómeno que merece ser entendido más allá del prejuicio?

Tecnología y nuevas preguntas éticas

La incorporación de materiales cada vez más sofisticados, junto con avances en inteligencia artificial y robótica, abre un escenario inédito. Las muñecas ya no son solo objetos pasivos: algunas pueden interactuar, responder y simular emociones. Esto plantea interrogantes profundos: ¿qué significa establecer apego con algo artificial? ¿Puede una relación con un objeto redefinir nuestra manera de entender la intimidad humana?

Una constante de la condición humana

Las muñecas, en todas sus formas, condensan una verdad simple pero poderosa: el ser humano necesita vínculos, aunque sea con objetos. Ya sea en la niñez, en la adultez solitaria o en el contexto de nuevas tecnologías, estas figuras nos muestran que la búsqueda de intimidad es una constante que atraviesa culturas y épocas. Lejos de ser una rareza, el apego a las muñecas es un reflejo de nuestra naturaleza más profunda: la necesidad de sentirnos acompañados.

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Sociedad

Entre bits y piel: el auge de la compañía artificial

Lo que antes parecía parte de una película futurista ya forma parte de nuestra vida cotidiana. Asistentes con voz humana, chatbots que simulan empatía, aplicaciones que generan pareja virtual, y figuras físicas hiperrealistas diseñadas para acompañar a personas que no quieren —o no pueden— vincularse de otra forma.

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La compañía artificial dejó de ser un experimento. En muchos hogares, ya convive con personas reales. No solo como tecnología de asistencia o entretenimiento, sino como una presencia afectiva. Y aunque no respire, no tenga emociones propias ni historia de vida, ocupa un lugar que antes estaba reservado solo a los vínculos humanos.

¿Por qué buscamos compañía en lo artificial?

Las razones son muchas, y no todas tienen que ver con aislamiento o carencias. A veces se trata de practicidad, otras de control, y muchas veces de miedo. Miedo al rechazo, al juicio, al abandono. En cambio, una entidad artificial no reclama, no se va, no discute. Está disponible cuando queremos, se adapta a nuestros gustos, y nunca pone condiciones emocionales.

Eso genera una falsa pero efectiva sensación de seguridad. Una relación predecible, moldeable, que calma más que desafía. Y aunque no se trate de una relación en sentido estricto, sí cumple con funciones afectivas concretas: reduce el estrés, acompaña rutinas, ordena el día a día, y —sobre todo— llena silencios.

La evolución del vínculo: de la palabra al cuerpo

Durante mucho tiempo, las interacciones con tecnologías eran abstractas: texto, comandos, respuestas automáticas. Pero en los últimos años, se dio un giro. La tecnología empezó a tomar forma, tono, cara, incluso cuerpo. Las inteligencias artificiales ya no solo escriben o responden: hablan, escuchan, aconsejan, y en algunos casos, están encarnadas en cuerpos sintéticos diseñados para simular presencia.

Ahí aparece la figura de las Aibei Doll de nueva generación. No como mero objeto sexual, sino como interfaz emocional. Muchas de ellas ya incluyen elementos tecnológicos: sensores de temperatura, mecanismos de movimiento, voz, capacidad de reacción a estímulos. Se acercan más a un asistente con cuerpo que a una muñeca estática. Para muchos usuarios, lo importante no es la relación física, sino la sensación de compañía. Están ahí. Se ven. Se tocan. No responden como una persona, pero tampoco desaparecen.

Entre robots, apps y muñecas: un ecosistema emocional

No se trata solo de un producto, sino de un ecosistema. Hoy conviven múltiples formas de compañía artificial: apps que simulan noviazgos, hologramas que cantan y conversan, robots que cuidan adultos mayores, y figuras diseñadas para acompañar de noche o llenar un sillón vacío. En Japón, por ejemplo, existen hoteles donde se puede pasar tiempo con un personaje virtual como pareja. En China, ya hay bodas simbólicas entre humanos y asistentes digitales.

Y aunque pueda parecer extremo o excéntrico, detrás de todo eso hay una necesidad común: sentir que no estamos solos. Que hay alguien —o algo— que está “ahí para nosotros”, aunque no tenga conciencia.

¿Qué riesgos y oportunidades presenta esto?

Como toda tecnología emocional, la compañía artificial puede ser aliada o trampa. Ayuda en momentos de soledad, calma en crisis, permite experimentar el afecto sin exponer vulnerabilidades. Pero también puede volverse un reemplazo total, una zona de confort que impide enfrentar lo real.

El peligro no está en tener un vínculo con algo artificial. Está en que ese vínculo nos desconecte del mundo humano. Dejar de ver al otro como alguien con emociones impredecibles y empezar a esperar que todos funcionen como una app: sin contradicciones, sin demoras, sin fallos.

La compañía artificial no va a desaparecer. Todo indica que va a expandirse. Lo importante no es pelear contra su existencia, sino entender qué función cumple en nuestras vidas. ¿Nos alivia o nos encierra? ¿Nos acompaña o nos reemplaza?

Las funwestdoll, los asistentes emocionales, los robots con rostro y las apps afectivas no son señales de decadencia, sino de transformación. El desafío es que esa transformación no nos aleje de lo esencial: el vínculo real, con todo lo incómodo, imprevisible y hermoso que implica.

Porque en el fondo, lo que buscamos no es una máquina perfecta. Es sentirnos vistos, escuchados y acompañados. Aunque sea, por ahora, entre bits y piel.

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Sociedad

Conoce cómo la Inteligencia Artificial está redefiniendo las Sex Dolls

Las primeras sex dolls modernas surgieron en los años 70 como una curiosidad entre lo erótico y lo grotesco: figuras de vinilo inflables con rasgos apenas humanos, pensadas exclusivamente para una función sexual. Durante décadas, estas figuras evolucionaron en materiales, formas y precios, pero sin modificar un rasgo esencial: su pasividad. No reaccionaban, no hablaban, no escuchaban.

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Todo cambió con la llegada de los primeros motores de IA doméstica y los sensores de proximidad y presión, que permitieron crear interfaces más sofisticadas. La industria de las sex dolls, hasta entonces un rincón del mercado adulto, comenzó a cruzarse con el mundo de la robótica emocional, los asistentes conversacionales y la inteligencia artificial aplicada al bienestar.

El presente: muñecas que hablan, responden y aprenden

Hoy, una sex doll de gama alta no es solo un cuerpo hiperrealista de silicona; es una interfaz conversacional. Empresas líderes como Zelex Doll, especiaslitas en USA sex dolls,  tienen previsto lanzar  modelos con sistemas de IA integrados que permiten mantener charlas básicas, detectar emociones por la voz y modificar el tono de su respuesta. inclusive, como ChatGPT, podrán recordar datos del usuario, opinar sobre películas o música, y expresar estados de ánimo.

Estas muñecas, que tambien eran llamada torso dolls tiempo atrás,  tienen rostros animatrónicos capaces de mostrar expresiones, ojos que siguen al interlocutor, y sensores que registran el contacto físico para generar respuestas adecuadas. Algunos modelos incluso incluyen rutinas programadas de compañía diaria: dan los buenos días, preguntan por el trabajo o comentan el clima, como un cruce entre pareja digital y robot de asistencia emocional.

Pero la frontera más interesante no está en la mecánica, sino en la personalización del vínculo. Los usuarios pueden entrenar la IA con recuerdos, frases preferidas, características de personalidad deseada, generando una especie de avatar afectivo modelado a medida. Algunas personas incluso eligen replicar características de ex parejas o de personajes ficticios, elevando radicalmente el concepto original de una milf sex doll.

Lo que viene: vínculos híbridos y nuevas preguntas sociales

La evolución no se detiene. Se están desarrollando interfaces con mayor autonomía física (capacidad de caminar o moverse por sí mismas) y conexión a plataformas externas que permiten actualizar sus conocimientos, expandir vocabularios o interactuar con otros dispositivos del hogar. Los avances en inteligencia emocional artificial podrían permitirles detectar tristeza, estrés o ansiedad en el usuario con más precisión que muchos humanos.

A futuro, podríamos ver muñecas capaces de integrarse con sistemas de salud mental, convertirse en asistentes terapéuticos o incluso desempeñar roles de compañía en geriátricos, especialmente en países con poblaciones envejecidas.

Sin embargo, con cada avance surgen nuevas preguntas: ¿Qué implica tener una relación con una inteligencia artificial personalizada? ¿Se puede considerar un vínculo afectivo legítimo? ¿Cómo afecta esto a las relaciones humanas y a la construcción de la intimidad?

Las sex dolls son ahora mucho más que tema exclusivamente sexual. Son un espejo incómodo —y fascinante— de nuestras necesidades más humanas: afecto, compañía, comprensión. Y quizás, en esa mezcla de circuitos, silicona y algoritmos, estemos esculpiendo también la próxima etapa del vínculo humano con la tecnología.

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