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Sociedad

Las causas ocultas de las guerras de Irak

Carta de lectores: por Hugo N. Lilli.

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Soldados estadounidenses en Irak ante el disparo de un mortero. Fuente: Pxhere

Esas operaciones bélicas absurdas (la primera invasión y la segunda, fundamentalmente),  dieron para alimentar muchísimas especulaciones. Las armas de destrucción masiva de Sadam Husein se vio a todas luces -y desde un principio- que funcionó como un vil pretexto para justificar una guerra tendiente a otros objetivos más solapados y siniestros. El detonante –cabe recordarlo-  fueron los auto atentados de las Torre Gemelas (salvo a alguien le queden dudas de que eso se trató de implosiones controladas). Inclusive, más atrás en el tiempo, la guerra Irán-Irak tuvo el claro objetivo de debilitar a ambos países, uno de ellos potencia de oriente medio y muy peligroso, según la presa anglosajona e israelí. ¿Qué subsistió de esa antigua civilización babilónica? No mucho ha quedado de aquel legado legendario, por cierto. Los distintos imperios se apropiaron de los recursos y territorios  sucesivamente a lo largo de la historia. El robo del petróleo también parecía la gran excusa de las invasiones, pero con el tiempo se vio que ese era también un objetivo secundario (no menor, claro está).

Lo que pocos medios alternativos  -y ningún medio de comunicación masiva- reflejaron, fue que mientras las fuerzas armadas estadounidenses avanzaban sobre la capital Bagdad, la anarquía era total y los principales museos,  universidades, palacios, academias de ciencias, cines,  teatros, escuelas de música y el ballet, bibliotecas y lugares de excavaciones arqueológicas, rápidamente quedaron sin custodia. Tres semanas después de esa operación militar, en especial  la de 2003, dichas tropas intentaron mantener el orden en la ciudad, pero el caos generalizado no cesaba y las calles se llenaron rápidamente de saqueadores, amateurs y profesionales, que entraron por ejemplo al Museo Nacional de Ciencias llevándose todo tipo de artefactos: instrumentos musicales, estatuas pequeñas y medianas, joyas antiguas y, curiosamente, tablillas de escritura cuneiforme que contaban la historia de la antigua Sumeria que databa de seis mil años o más. En ellas, se hablaba de las genealogías e historias de los dioses, además de una gran inundación. Esos textos desaparecieron para siempre. Lo extraño es que no se trató solamente de gente que solo rompió ventanas para llevarse objetos valiosos, sino que otras personas usaban auriculares tipo grupo comando, rompiendo cerraduras dobles y robando cientos de elementos que se remontaban a la cuna de nuestra civilización. Pero ¿por qué un grupo de sujetos violentos destruiría  objetos tan preciosos del mundo antiguo? ¿Fue una consecuencia de la guerra? ¿O fue un intento deliberado de borrar conocimientos prohibidos del pasado? Esas historias de dioses remotos y civilizaciones antiguas, de alguna manera desarticulaban las versiones de los libros sagrados occidentales, lo que lleva necesariamente a preguntarse si el bendito Vaticano no habrá dado una especie de “guiño” para desmembrar esa cultura mesopotámica, tal como se hizo.  Si bien no se conoce oficialmente ningún vínculo entre las fuerzas armadas anglosajonas y la Santa Sede, las incógnitas permanecen intactas hasta hoy.

En Irak se robaron elementos arqueológicos importantísimos que narraban la historia y cultura ya no de ese otrora gran califato -invadido y ultrajado- sino de la humanidad toda. Lo triste de estos episodios violentos, es que los robos y expoliación no se limitaron solamente a la capital del país. De hecho,  fueron saqueados también diez museos provinciales (Basora, Maysán, arqueológico y etnográfico de Kirkuk y Kufa, Dohuk, Diwaniyah, Suleimainiya, Kut, Aššur y Sinjar), otras nueve bibliotecas y universidades del interior del país, además de yacimientos catalogados. Se realizaron excavaciones ilegales al norte y sur de los paralelos que dividieron al país en tres zonas, como en la cueva de Šanidar, excavada ilegalmente por norteamericanos que entraron desde Turquía. Fueron  dañados seriamente: la escuela Mustansiriya y el palacio Abasí en Bagdad, la mezquita de al Qiblaniyah, el Jan Maryan también en Bagdad, la mezquita de Al Kauaz en Basora, la Zigurratu de Ur, el palacio Noroeste de Nimrud y la iglesia Tahirah de Mosul.

Lo poco que se salvó del saqueo feroz, se arruinaba con el paso del tiempo, en parte por la falta de recursos financieros de una nación arruinada, y en parte por la desidia de un pueblo devastado que sólo pensaba en comer y satisfacer sus necesidades básicas. Mientrastanto,  el 90% de los objetos mesopotámicos que aparecieron en el mercado –nacional y mundial- eran de procedencia ilegal. Sugestivamente, empezaron a exhibirse piezas de incalculable valor en museos como el de Los pueblos de la Biblia de Jerusalén, en el Mercado de Antigüedades de Londres o en el museo Metropolitan de Nueva York. Algunas valiosas reliquias también aparecieron en el Museo de Tokyo.

Mucho es lo que los iraquíes han sufrido desde hace más dos décadas, porque a la pérdida de familiares se suma la pérdida de su identidad pasada, de su cultura, de su patrimonio, de su forma de vida, de su legado histórico, de las raíces mismas de la antigua Mesopotamia, que ya nunca podrá mostrarse tal como fue, porque sus restos, imposibles de catalogar, se encuentran lejos de sus verdaderos herederos. Por otro lado, es sabido que desde hace más de dos mil años, el occidente “libre, democrático y judeo-cristiano” ha avasallado las culturas no afines a sus intereses o en algunos casos, como la maya, superior en varios aspectos. Ni hablar de la impenetrable cultura musulmana, que hasta hoy representa un duro obstáculo para concretar los objetivos non sanctos del demoníaco Nuevo Orden Secular (según reza el esotérico billete de un dólar en su reverso).

Hugo N. Lilli   Politólogo y escritor

Nacionales

El papel de las muñecas en la construcción de la intimidad y el apego

A primera vista, una muñeca puede parecer un objeto trivial. Sin embargo, a lo largo de la historia, estos artefactos han ocupado un lugar central en la vida afectiva de las personas.

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Desde figuras talladas en madera en culturas antiguas hasta los juguetes de plástico de la era industrial, las muñecas han funcionado como espejos simbólicos de nuestras emociones y vínculos. No solo se trata de entretenimiento: representan la forma en que los seres humanos ensayan la intimidad y el apego.

El juego simbólico en la infancia

La psicología del desarrollo lo muestra con claridad: cuando un niño alimenta, acuesta o protege a una muñeca, está practicando emociones complejas. Ese juego simbólico es un laboratorio afectivo. Allí se ensaya la empatía, se aprende a cuidar y se proyectan vínculos que luego estructurarán relaciones reales. Por eso, las muñecas han sido herramientas educativas invisibles durante generaciones, más allá de su apariencia simple.

Del juguete al objeto de compañía

Con el paso del tiempo, las muñecas dejan de ser parte del juego infantil para transformarse en objetos de colección, piezas de arte o recuerdos cargados de nostalgia. Sin embargo, en las últimas décadas han adoptado un nuevo rol: convertirse en acompañantes emocionales de adultos. El fenómeno de las muñecas hiperrealistas  o realistic sex doll—cada vez más realistas en diseño, materiales y expresividad— revela hasta qué punto los seres humanos buscan intimidad incluso con lo inanimado.

La psicología detrás del apego a los objetos

¿Es extraño generar un vínculo con un objeto? Para muchos especialistas, no tanto. Los seres humanos tienden a atribuir cualidades humanas a aquello que los rodea: desde hablarle al auto que no arranca hasta sentir consuelo en un peluche de la infancia. En un mundo marcado por la soledad urbana, los vínculos con objetos antropomorfos o chubby sex doll cumplen una función: reducir la ansiedad, aliviar la sensación de vacío y brindar la ilusión de compañía.

Entre el tabú y la aceptación social

La idea de que un adulto pueda encontrar intimidad en una muñeca todavía genera rechazo en muchos sectores. Sin embargo, lo mismo ocurrió en el pasado con otras prácticas hoy aceptadas. Lo interesante es que estas muñecas obligan a replantear la frontera entre lo aceptable y lo prohibido, entre lo privado y lo social. Al fin y al cabo, si cumplen una función de compañía o bienestar, ¿no estamos frente a un fenómeno que merece ser entendido más allá del prejuicio?

Tecnología y nuevas preguntas éticas

La incorporación de materiales cada vez más sofisticados, junto con avances en inteligencia artificial y robótica, abre un escenario inédito. Las muñecas ya no son solo objetos pasivos: algunas pueden interactuar, responder y simular emociones. Esto plantea interrogantes profundos: ¿qué significa establecer apego con algo artificial? ¿Puede una relación con un objeto redefinir nuestra manera de entender la intimidad humana?

Una constante de la condición humana

Las muñecas, en todas sus formas, condensan una verdad simple pero poderosa: el ser humano necesita vínculos, aunque sea con objetos. Ya sea en la niñez, en la adultez solitaria o en el contexto de nuevas tecnologías, estas figuras nos muestran que la búsqueda de intimidad es una constante que atraviesa culturas y épocas. Lejos de ser una rareza, el apego a las muñecas es un reflejo de nuestra naturaleza más profunda: la necesidad de sentirnos acompañados.

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Sociedad

Entre bits y piel: el auge de la compañía artificial

Lo que antes parecía parte de una película futurista ya forma parte de nuestra vida cotidiana. Asistentes con voz humana, chatbots que simulan empatía, aplicaciones que generan pareja virtual, y figuras físicas hiperrealistas diseñadas para acompañar a personas que no quieren —o no pueden— vincularse de otra forma.

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La compañía artificial dejó de ser un experimento. En muchos hogares, ya convive con personas reales. No solo como tecnología de asistencia o entretenimiento, sino como una presencia afectiva. Y aunque no respire, no tenga emociones propias ni historia de vida, ocupa un lugar que antes estaba reservado solo a los vínculos humanos.

¿Por qué buscamos compañía en lo artificial?

Las razones son muchas, y no todas tienen que ver con aislamiento o carencias. A veces se trata de practicidad, otras de control, y muchas veces de miedo. Miedo al rechazo, al juicio, al abandono. En cambio, una entidad artificial no reclama, no se va, no discute. Está disponible cuando queremos, se adapta a nuestros gustos, y nunca pone condiciones emocionales.

Eso genera una falsa pero efectiva sensación de seguridad. Una relación predecible, moldeable, que calma más que desafía. Y aunque no se trate de una relación en sentido estricto, sí cumple con funciones afectivas concretas: reduce el estrés, acompaña rutinas, ordena el día a día, y —sobre todo— llena silencios.

La evolución del vínculo: de la palabra al cuerpo

Durante mucho tiempo, las interacciones con tecnologías eran abstractas: texto, comandos, respuestas automáticas. Pero en los últimos años, se dio un giro. La tecnología empezó a tomar forma, tono, cara, incluso cuerpo. Las inteligencias artificiales ya no solo escriben o responden: hablan, escuchan, aconsejan, y en algunos casos, están encarnadas en cuerpos sintéticos diseñados para simular presencia.

Ahí aparece la figura de las Aibei Doll de nueva generación. No como mero objeto sexual, sino como interfaz emocional. Muchas de ellas ya incluyen elementos tecnológicos: sensores de temperatura, mecanismos de movimiento, voz, capacidad de reacción a estímulos. Se acercan más a un asistente con cuerpo que a una muñeca estática. Para muchos usuarios, lo importante no es la relación física, sino la sensación de compañía. Están ahí. Se ven. Se tocan. No responden como una persona, pero tampoco desaparecen.

Entre robots, apps y muñecas: un ecosistema emocional

No se trata solo de un producto, sino de un ecosistema. Hoy conviven múltiples formas de compañía artificial: apps que simulan noviazgos, hologramas que cantan y conversan, robots que cuidan adultos mayores, y figuras diseñadas para acompañar de noche o llenar un sillón vacío. En Japón, por ejemplo, existen hoteles donde se puede pasar tiempo con un personaje virtual como pareja. En China, ya hay bodas simbólicas entre humanos y asistentes digitales.

Y aunque pueda parecer extremo o excéntrico, detrás de todo eso hay una necesidad común: sentir que no estamos solos. Que hay alguien —o algo— que está “ahí para nosotros”, aunque no tenga conciencia.

¿Qué riesgos y oportunidades presenta esto?

Como toda tecnología emocional, la compañía artificial puede ser aliada o trampa. Ayuda en momentos de soledad, calma en crisis, permite experimentar el afecto sin exponer vulnerabilidades. Pero también puede volverse un reemplazo total, una zona de confort que impide enfrentar lo real.

El peligro no está en tener un vínculo con algo artificial. Está en que ese vínculo nos desconecte del mundo humano. Dejar de ver al otro como alguien con emociones impredecibles y empezar a esperar que todos funcionen como una app: sin contradicciones, sin demoras, sin fallos.

La compañía artificial no va a desaparecer. Todo indica que va a expandirse. Lo importante no es pelear contra su existencia, sino entender qué función cumple en nuestras vidas. ¿Nos alivia o nos encierra? ¿Nos acompaña o nos reemplaza?

Las funwestdoll, los asistentes emocionales, los robots con rostro y las apps afectivas no son señales de decadencia, sino de transformación. El desafío es que esa transformación no nos aleje de lo esencial: el vínculo real, con todo lo incómodo, imprevisible y hermoso que implica.

Porque en el fondo, lo que buscamos no es una máquina perfecta. Es sentirnos vistos, escuchados y acompañados. Aunque sea, por ahora, entre bits y piel.

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Sociedad

Conoce cómo la Inteligencia Artificial está redefiniendo las Sex Dolls

Las primeras sex dolls modernas surgieron en los años 70 como una curiosidad entre lo erótico y lo grotesco: figuras de vinilo inflables con rasgos apenas humanos, pensadas exclusivamente para una función sexual. Durante décadas, estas figuras evolucionaron en materiales, formas y precios, pero sin modificar un rasgo esencial: su pasividad. No reaccionaban, no hablaban, no escuchaban.

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Todo cambió con la llegada de los primeros motores de IA doméstica y los sensores de proximidad y presión, que permitieron crear interfaces más sofisticadas. La industria de las sex dolls, hasta entonces un rincón del mercado adulto, comenzó a cruzarse con el mundo de la robótica emocional, los asistentes conversacionales y la inteligencia artificial aplicada al bienestar.

El presente: muñecas que hablan, responden y aprenden

Hoy, una sex doll de gama alta no es solo un cuerpo hiperrealista de silicona; es una interfaz conversacional. Empresas líderes como Zelex Doll, especiaslitas en USA sex dolls,  tienen previsto lanzar  modelos con sistemas de IA integrados que permiten mantener charlas básicas, detectar emociones por la voz y modificar el tono de su respuesta. inclusive, como ChatGPT, podrán recordar datos del usuario, opinar sobre películas o música, y expresar estados de ánimo.

Estas muñecas, que tambien eran llamada torso dolls tiempo atrás,  tienen rostros animatrónicos capaces de mostrar expresiones, ojos que siguen al interlocutor, y sensores que registran el contacto físico para generar respuestas adecuadas. Algunos modelos incluso incluyen rutinas programadas de compañía diaria: dan los buenos días, preguntan por el trabajo o comentan el clima, como un cruce entre pareja digital y robot de asistencia emocional.

Pero la frontera más interesante no está en la mecánica, sino en la personalización del vínculo. Los usuarios pueden entrenar la IA con recuerdos, frases preferidas, características de personalidad deseada, generando una especie de avatar afectivo modelado a medida. Algunas personas incluso eligen replicar características de ex parejas o de personajes ficticios, elevando radicalmente el concepto original de una milf sex doll.

Lo que viene: vínculos híbridos y nuevas preguntas sociales

La evolución no se detiene. Se están desarrollando interfaces con mayor autonomía física (capacidad de caminar o moverse por sí mismas) y conexión a plataformas externas que permiten actualizar sus conocimientos, expandir vocabularios o interactuar con otros dispositivos del hogar. Los avances en inteligencia emocional artificial podrían permitirles detectar tristeza, estrés o ansiedad en el usuario con más precisión que muchos humanos.

A futuro, podríamos ver muñecas capaces de integrarse con sistemas de salud mental, convertirse en asistentes terapéuticos o incluso desempeñar roles de compañía en geriátricos, especialmente en países con poblaciones envejecidas.

Sin embargo, con cada avance surgen nuevas preguntas: ¿Qué implica tener una relación con una inteligencia artificial personalizada? ¿Se puede considerar un vínculo afectivo legítimo? ¿Cómo afecta esto a las relaciones humanas y a la construcción de la intimidad?

Las sex dolls son ahora mucho más que tema exclusivamente sexual. Son un espejo incómodo —y fascinante— de nuestras necesidades más humanas: afecto, compañía, comprensión. Y quizás, en esa mezcla de circuitos, silicona y algoritmos, estemos esculpiendo también la próxima etapa del vínculo humano con la tecnología.

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