Por Romina Lorenzetti
Mi experiencia en una cárcel de mujeres, comenzó llegando al Servicio Penitenciario de Los Hornos en La Plata, por la mañana, la actividad allí comienza muy temprano, con los nervios lógicos de entrar por primera vez a un lugar donde su acceso es limitado para el común de la gente, percibía la ansiedad de saber, qué había detrás de una gran fachada de vidrios espejados, donde los de adentro te observan y vos desde afuera, intentas comprender y esperas, que te abran ese mundo desconocido, allí es todo muy formal y los gestos son adustos; el respeto ante todo. Nos tomaron los datos, nos pidieron los documentos y allí dentro, despojados de todo lo material, emprendimos el recorrido con una guardia cárcel que nos conduciría hacia un aula, donde se dicta un taller de Arte y Comunicación, que realizan las presidiarias del lugar.
Imposible olvidar esos largos pasillos silenciosos, donde lo único que se escucha es el sonido de las puertas de hierro, el rechinar de las rejas y los candados que abren y cierran las encargadas de cada uno de los sectores. En menos de 100 metros pasas por tantas rejas y candados que jamás hubieses imaginado, es como que en ese trayecto caes en la cuenta que estás encerrado, que tu libertad depende del que tiene la llave y pensás, así es como se deben sentir aquellas presas que cometieron, o no, delito y viven, pasas su horas, minutos y segundos, allí en un territorio que comparten con 200 mujeres, tan iguales y tan distintas a la vez.
El edificio data de 1930, realmente se nota su longevidad, la humedad que traspasa las paredes y techos, son visibles por dentro y por fuera, la limpieza es algo que pude observar y destacar, sinceramente no imaginaba que el olor fuera agradable, a pesar de ser un espacio cerrado y con poca ventilación. Así a medida que recorríamos los pasillos observando minuciosamente todo nuestro alrededor, entre el “tac”, “tac”, “pum”, “pam” de las puertas y candados, llegamos al aula para conocer a 10 mujeres de diferentes edades que por distintas circunstancias de la vida terminaron allí encerradas, cumpliendo una pena por robo, homicidio, etc. Sus historias lógicamente quedarán guardadas en mí, pero hoy intento hablar de la experiencia allí dentro, las sensaciones que pasaron por mi cuerpo y mente.
Llegamos hasta la puerta del aula, la profesora del curso nos esperaba y daba la bienvenida, las alumnas nos miraban extrañadas, como preguntándose qué pasaría, seguramente todos pensábamos lo mismo; para no alterar el orden de ese grupo que ya estaba realizando la actividad, leyendo y recortando diarios con las manos, no saludamos individualmente a cada una, sólo esbozamos una sonrisa y un dijimos un ¡hola! generalizado, allí entre charla y charla pude comprender, desde mi más profundo desconocimiento y prejuicio que una presa puede estar muy bien vestida y maquillada, estar actualizada en cuanto a moda y estar al tanto de lo que pasa en el país, ya que tiene acceso a los medios de comunicación, pude sentir esperanza, de saber que son entusiastas a la hora de educarse y aprender cosas qué tal vez nunca tuvieron la posibilidad u olvidaron con el paso del tiempo.
Entre charla y charla, observé el dolor de cada una, el arrepentimiento y las ganas de salir y reinsertarse en la sociedad, lugar en el que se sienten discriminadas por tener antecedentes. De alguna u otra manera, te vas familiarizando con ellas, con su situación y sentadas dentro del aula, sos una compañera de curso más. Revivís tu paso por la primaria o secundaria, ves lápices de colores, dibujos a mano, recortes de diarios, collage y escrituras. Pero de vez en cuando giras la cabeza hacia el afuera y identificas los pabellones, observas entre los barrotes unas especies de cortinas flameando, ropa colgada, etc. y volvés a entender que a la hora que termina el curso, uno se vas y ellas se quedan, en ese lugar del que no pueden salir por cuenta propia, donde tachan las horas y los días para regresar a caminar por las calles de forma libre.
La libertad, una palabra que pesa tan fuerte y tan valorada con el paso del tiempo ahí dentro.
Al retirarnos, después de pasar dos horas allí, sólo dos horas, nos saludamos con un beso, agradecimos su bienvenida y predisposición y les deseamos suerte en lo que les resta.
Ellas de un lado de las rejas, nosotros del otro, ellas volviendo a su rutina, o solo quedándose allí en los espacios comunes, nosotros sabiendo que subíamos a un auto y nos retirábamos, a seguir viviendo en sociedad, cerca de nuestras familias, realizando nuestra rutina, yendo al trabajo, compartiendo la vida.
Mientras caminábamos de regreso, más distendidos porque ya conocíamos el recorrido, pudimos observar unas escaleras que nos contaron, conducían al primer y segundo piso donde están los pabellones de las presas, y nos preguntábamos, cómo sería ese lugar, inimaginable en mi mente, pues mis ideas al entrar cambiaron mi perspectiva de lo que era una cárcel al salir. Llegando al final del pasillo y para no olvidar que estábamos ahí dentro y no en un colegio, mientras esperábamos que nos abrieran uno de los tantos candados, dos imagines quedaron en mi retina, una mujer que venía hacia nosotros, escoltada por dos policías, caminaba con dificultad porque tenía un pie vendado y gritaba que se había caído, que le dolía y que tenía puntos en la cabeza, ella no tenía el aspecto de las mujeres que conocimos en el aula, era más parecido a aquellas que había imaginado que iba a encontrar, desprolija en su andar y su vestir, desarreglada y con mirada extraña, mientras la veíamos pasar y perderse entre los pasillos, volvimos a girar la mirada hacia la salida y un tanto ansiosos para que vengan a abrirnos, vemos llegar a otra, con un caminar un tanto veloz, y agarrada por otras dos policías; esta mujer, a diferencia de la otra, estaba esposada con las manos atrás y con una cierta resistencia a la hora de avanzar, capaz llegaba por primera vez, tal vez la trasladaban de otra cárcel, o quizás la traían del “buzón”, lugar donde permanecen en penitencia cuando realizan algo indebido dentro de las leyes carcelarias, no lo sé, lo que si se, es que la condujeron a subir esas escaleras intrigantes, y también la perdimos de vista; pasaron unos minutos y escuchamos gritos, nos preguntamos, ¿le daban el saludo de bienvenida o la rechazaban, dentro del pabellón?
Después de ver pasar estas dos mujeres, al final de nuestra jornada, volví a comprender lo que es un servicio penitenciario, donde si bien hay momentos donde podes realizar actividades educativas y deportivas y estar rodeada de una cierta rutina social, seguís estando prisionera de tu estado natural, seguís en un lugar donde tu libertad depende del candado de otra mujer, de una llave que abre esas puertas duras e irrompibles que son las de la cárcel.
Agradezco a mi profesión y trabajo que me permiten realizar estas notas como productora, ya que de otra manera no lo hubiese realizado y en lo personal es algo que anhelaba, poder conocer el lugar en sí y las historias de vida de estas personas.
La nota se dividió en dos partes, las podes ver este Domingo y el próximo por A24 (América 24, el canal de cable de América 2) de 15 a 17:00hs en el programa Todo en Uno, la presenta y realiza Gabriela Mandato. Ver Online
Por Romina Lorenzetti.
Romina cursó sus estudios primarios en Villa Saboya, el secundario en la ciudad de Rufino, estudió en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y es PERIODISTA Y PRODUCTORA en América TV.