Mi nombre es Lara. Como muchos otros jóvenes del país, no tuve la suerte de nacer en una de las pocas grandes ciudades donde hay una vasta variedad de carreras universitarias. En un poblado como el mío, a menos que tu vocación sea ser contador, abogado o docente, no tenés muchas opciones. Y ahí es cuando tenés que tomar una de las decisiones más importantes de tu vida: dedicarte para siempre a algo que no te va a hacer feliz o irte a buscar (y encontrar, en la medida de lo posible) tu destino a algún lugar, por lo general, muy lejos de casa. Con todo lo que eso implica…
Foto: agenciafe
No es fácil dejar atrás tus raíces, tus afectos, tu estilo de vida, tus amores, tus amistades y simplemente partir. No es nada sencillo tampoco tener que aprender a manejarte solo en la vida, sin mamá y papá atrás dándote un empujón. Pasás los fines de semana solo. Resignás el asado por un plato de arroz y las reuniones familiares se transforman en una pila de libros. Con suerte, si tenés el tiempo y el dinero, te volvés dos fines de semana por mes. Y vas percibiendo cómo paulatinamente todo va cambiando. Inevitablemente, alguna que otra triste vez, volvés y te encontrás con que algunas personas ya no están. Se fueron mientras vos no tuviste otra opción que irte a seguir tus sueños. Irse de casa es un privilegio que cuesta lágrimas y sudor, pero, sin embargo, las desventajas no terminan ahí…
Llega el viernes y estás ansioso por irte. No aguantás más. Te la pasaste estudiando toda la semana, tenías que cursar a las dos de la tarde y el urbano no te levantó porque iba lleno de gente. No te quedó otra que irte caminando muerto de calor (porque el taxi no es para cualquiera). No solo que llegás tarde y desprolijo, sino que te va mal en el examen. Y querés estar en casa, con la familia, donde nada puede salir mal nunca. Sin embargo, no tenés muchas opciones para volverte tampoco. Te quedan el Monticas de las nueve o el de las once y media. Y, que te vengan a buscar, imposible. Los viejos laburan los viernes (si no, no tendrías la posibilidad de estudiar). Además sería económicamente inaccesible hacer 300 kilómetros en auto todos los fines de semana. Sin contar que la 33 está jodida. Mejor que se pierda mi vida y no sumarle la de toda la familia, ¿no?
Archivo
Somos estudiantes. Resignamos todo para poder forjar nuestro futuro de la mejor manera posible. Entendemos que no podemos tener acceso a nuestras carreras soñadas en nuestra ciudad natal y nos esforzamos día a día, examen tras examen, para poder volver en algún momento al pueblo con el título abajo del brazo. Entonces, luego de un poco de meditación, inevitablemente, me pregunto: ¿está bien que resignemos, incluso, nuestra vida? Yo creo que no deberíamos llegar tan lejos.
Hoy estaba estudiando, como cualquier viernes por la mañana, más feliz que de costumbre: mañana comienza el fin de semana largo e iba a tener la posibilidad de estar un par de días más en casa. Vi una lucecita en el teléfono. Seguramente sería alguno de los chicos comentando alguna pavada en los grupos de WhatsApp. Era un mensaje de la colo, que, alarmada, preguntaba si estábamos todas bien. Había ocurrido un accidente entre dos Monticas a pocos kilómetros de Rosario, por donde el detestado colectivucho hace su recorrido habitual hacia Rufino.
Luego de corroborar que estuviéramos todas bien, comenzamos a reflexionar al respecto: todos los fines de semana desde hace siete años, tenemos miedo. Ya sea por uno mismo, un hermano, un amigo o por quienquiera que tenga la mala suerte de haber nacido en una ciudad pequeña. No por la ciudad en sí —que tanto nos ha dado—, sino porque lamentablemente los jóvenes no tenemos muchos más recursos que un Monticas para movernos, lo que me da escalofríos.
Siempre nos preguntamos cuántas vidas serían el precio que los usuarios tendríamos que pagar para que se hicieran los controles necesarios y para que tuviéramos, de una vez y para siempre, el derecho a viajar con dignidad. Hoy, el precio fueron trece vidas y muchos tantos heridos. ¿Será suficiente para que las autoridades realmente vean esta grave problemática? ¿Cuántos otros chicos muertos necesitan para entender que nos están negando el derecho a la vida a la hora de permitirnos (por no decir “obligarnos”) a viajar en esas condiciones, día tras día?
Lo que pasó hoy en la 33 no fue un accidente. Los choques no ocurren por casualidad cuando absolutamente todos los Monticas que parten de las distintas terminales de Santa Fe tienen algún desperfecto técnico. No llamemos mala fortuna a lo que claramente fue negligencia y corrupción. Todos lo sabemos. Pero algunos no lo quieren ver… Y esos “algunos” son los que tienen el poder de tomar cartas en el asunto.
Exhorto a las autoridades a que tengan en cuenta esta petición y que entiendan que los jóvenes estamos dispuestos a resignar muchas cosas en el afán de estudiar, pero, nuestras vidas, nunca. Un futuro mejor empieza con nuestra educación y, para que exista ese futuro, tenemos que existir nosotros, los estudiantes. NO NOS MATEN MÁS.
(Esta tragedia me hizo recapacitar, y espero que a ustedes también. Ojalá se tomen medidas drásticas y rápidas para impedir que este hecho se repita. Ahora, por lo pronto, me despido. Me tengo que armar el bolso. A las nueve salgo para Rufino y el miedo me invade. Dios quiera que llegue viva. Voy a rezar).