Perdonen los perdedores, pero el fútbol es maravilloso. No hay deporte capaz de convertir a un equipo inferior durante el 90% del encuentro en el favorito gracias a 95 segundos de inspiración. Argentina trabajó la tercera estrella durante 80 minutos impecables, de una superioridad incontestable, anotando dos goles y mereciendo más, reduciendo a la nada a la Francia campeona del mundo. NI tiraba a puerta.
Pero en 95 segundos, desde el penalti concedido por Otamendi al empate de Kylian Mbappé, la Copa del Mundo se escurrió de las manos albicelestes como un pez. Se fue a la prórroga y allí, cuando Francia se sentía en ventaja, regresó Argentina, que se vio otra vez campeona con gol de Messi. No. Otro penalti permitió a Kylian igualar y conducir a la locura, donde cualquiera pudo marcar. Dibu Martínez hizo la atajada del torneo y llevó a los penaltis, donde fue decisivo para que Argentina se llevó el título.
Y es que estaba escrito. Lionel Andrés Messi Cuccittini consiguió lo que venía persiguiendo toda una vida. Devolvió a la Argentina la alegría y el orgullo que contenía desde hace más de 30 años, con Diego Armando Maradona a la cabeza de la Albiceleste. Encontró en Doha su Lugar en el Mundo para cerrar la leyenda perfecta. Nadie se mantuvo tanto tiempo en lo más alto. Pelé resistió hasta los 30 en México, Maradona con la misma edad en Italia. Con 35, Leo cosió la tercera estrella en el pecho argentino, henchido de victoria y de fúttbol.
No jugaba solo, claro. Tenía junto a él un puñado de muchachos vestidos de corto. Técnicos, fisios, decenas de miles de locos divinos en las gradas, un país entero pegado al televisor y una legión de mitos arrimando, desde Kempes a Maradona, allá donde esté. La victoria tuvo toda la grandeza posible por la resistencia francesa, personalizada en Mbappé, autor de tres goles -dos de penalti- en la gran final. Será la Bota de Oro más amarga para un futbolista extraordinario, capaz de regresar de la nada.
En esa locura de final inolvidable conviene ser justos y contar lo ocurrido en la gran final de Qatar 2022. Argentina saltó al césped de Lusail repleta de decisión para armar un partido extraordinario, repleto de alma y de fútbol. Además de dejar la vida en cada pelota, Argentina desnudó a la campeona del mundo como pocas hicieron antes, tocando rápido y fácil, buscando a Leo y Di María para desequilibrar allí donde eran superiores, donde no ayudaban ni Mbappé ni Dembélé.
El Mosquito cargó con la pena máxima de abrir el camino a la victoria argentina. Fue a taponar a lo loco a Di María, se comió el amago y cuando quiso rectificar tocó en el área al Fideo, que cayó desplomado al verde. Poca cosa para inclinar una final, pero Marciniak, tolerante con las faltas, fue esta vez rigurosísimo y señaló los 11 metros. Messi transformó por su derecha, engañando a Lloris, el quinto penalti a favor de Argentina en el torneo. La sexta diana del 10 de Rosario.
¿Y dónde estaba el otro 10? Engullido por el adversario, como todos sus compañeros. Ni Mbappé, ni Griezmann, ni Giroud. Nadie. Seguro que el virus misterioso restó energía a Les Bleus. Rabiot y Upamecano venían de no entrenar, pero no daba peores sensaciones que Theo o Varane. Ni se asomaba por el área rival. Algo de Tchouaméni, poco de Griezmann y casi nada del resto. Con ese panorama de rendición tácita, Argentina construyó su obra de arte. Sacó Nahuel, descargó Mc Allister, tocó Messi al costado, filtró Julián Álvarez para el Coloradito y su centro, exquisito, coronó a Ángel di María, convirtiendo cruzado, por encima del cuerpo de Lloris.
El 2-0 coronaba una superioridad apabullante e inesperada. Al inicio del Mundial, tras la derrota de ante Arabia Saudí, e incluso el día antes de la final, con la supuesta superioridad física de los galos. Desde aquel primer partido del torneo Argentina fue creciendo hasta ofrecer la actuación perfecta en el día más importante. El mérito del otro Lionel, Scaloni, es evidente. Su selección juega con el mismo corazón que ponía él. Ganó además la partida táctica con el ingreso de Di María en la alineación, abriendo el campo y liberando a Messi para dirigir el juego por todo el ataque. El baño era tan clamoroso que Deschamps hizo dos cambios antes del descanso. Dembélé lo asumió a la carrera, no así Giroud, que se fue despacio, perplejo y señalado. Entraron Thuram y Kolo Muani para mover a Mbappé al centro, como ante Marruecos. Esta vez no funcionó. Al descanso, cero remates de Francia. Ni a puerta ni fuera.
No se crean que el paso por vestuarios cambió la final. En absoluto. Argentina mantuvo la intensidad al máximo, atacando los laterales con insistencia. Fue un tormento para Theo y Koundé, desbordados y sin ayudas. Un robo de Romero permitió a Messi contruir el ataque que finalizó De Paul con una volea, atajada por Lloris. En la línea fue eficaz, pero el capitán de Francia contribuyó al desconcierto desde el inicio, sin mandar en su área. Metió más cambios Deschamps, pero nada. También relevó Scaloni a Di María, con las venas como sarmientos. Casi llega el tercero en una jugada de Leo con Julián que taponó Lloris junto al palo, o en otro ataque que dejó pasar De Paul, Pasarella revivido, para que abrochara Leo, pero lo evitó Rabiot desde el suelo.
Nada hacía sospechar lo que estaba por ocurrir. Ningún signo, cero síntomas de flaqueza argentina o recuperación gala. Es verdad que con Camavinga y Coman en el verde Francia al menos tenía compostura, pero todo ocurrió casi por casualidad. Fue en un balón largo que Otamendi no midió -terrible para uno de los mejores defensores del torneo- y acabó derribando a Kolo Muani en el área. Penalti evidente, más claro que el primero. Pidió Francia la roja. Nada. Mbappé, que había rematado en el 71 fuera, cogió la pelota, la colocó, soportó el peso de la República francesa sobre sus hombros y convirtió el 2-1, doblando la mano al Dibu Martínez.
Tardarán ustedes más en leer el siguiente párrafo que lo que tardó Francia en igualar una final imposible. Fueron 95 segundos entre el 2-1 y el empate. Intentó calmar el duelo Messi en la medular, le robó Coman, cambió a la izquierda, hizo la pared Kolo Muani con Mbappé y Kylian voleó perfecto, a la red. Increíble. El shock tumbó a Argentina, que pudo caer antes de llegar a la prórroga. Cada llegada de Francia era un terremoto. Y, sin embargo, el tiempo extra recompuso a la albiceleste. Lautaro Martínez entró de refresco y pudo consagrarse por triplicado. Le tapó Upamecano dos, y en la tercera, que sacó Lloris, embocó Messi desde cerca.
Lloraba Di María, creyendo que tenía de nuevo la Copa en la mano. Pero reaccionó con orgullo Francia. Forzó un córner, le cayó a Mbappé en la frontal, remató duro a la mano de Montiel, que se dio la vuelta. Penalti. Kylian volvió a asumir el reto con un carácter imponente. A la jaula. Triplete, sucediendo a Hurst y quedándose con la Bota de Oro como máximo goleador. Pudo marcar en los cuatro minutos restantes Argentina, dos veces Lautaro, obcecado, pero la tuvo, clamorosa, Kolo Muani, mano a mano. Le tapó Dibu Martínez, que se hizo enorme. Un gigante entonces y después, en los penaltis, atajando el de Coman y descentrando a Tchouaméni, tras marcar Mbappé (tercer penalti de la noche, brutal) y Messi. Argentina gritó el título, es campeona. Lo mereció, pero tuvo que ganarla tres veces por la resistencia legendaria de Francia. Messi se corona en la mejor final de todos los tiempos. D10s es argentino.