Se acabó el Mundial para Argentina y tras perder 2-0 contra Suecia regresa al país sin el objetivo cumplido. Si bien en cada uno de los tres encuentros que disputó demostró convicción, intensidad y una búsqueda por protagonizar, faltó generar peligro en el área rival. La diferencia física pasó factura y en los tres cruces el equipo se desdibujó en la segunda mitad.
En la previa al partido, Hamilton decidió proveerle a la Selección de todo lo que caracteriza al clima de Nueva Zelanda en esta época del año. Llovió, salió el sol. Volvió a llover y volvió a salir el sol. Inestable y caprichoso. Mientras en Buenos Aires eran las 4 de la mañana y hacían 20 grados, en Oceanía el reloj marcaba las 19 y una temperatura de 4 grados. En las tribunas del Waikato Stadium los dedos de los 17 907 hinchas se entumecían, pero en el campo de juego la adrenalina fue mayor.
Cuando se escucharon las primeras notas del Himno Nacional, se le transformó la cara a Estefanía Banini. Llegaron las lágrimas. Lágrimas de un último partido en una Copa del Mundo, lágrimas de quien deja de vestir los colores que ama, lágrimas de quien se aleja de algo por lo que tanto luchó. Las despedidas son esos dolores dulces.
Durante la primera parte del partido, el cambio de la albiceleste en el mediocampo les permitió construir desde ese lugar. Algo similar a lo que dijo Germán Portanova en una nota con Tiempo Argentino que iba a hacer en la Copa América contra Brasil. A la hora de defender plantó un 4-5-1 o 4-1-4-1 y para atacar un 4-3-3, Sophia Braun dominó el mediocampo en vez de Lorena Benítez y Daiana Falfán. Y del otro lado, Suecia jugó con 9 suplentes que si bien dejaron en claro su jerarquía, no acorralaron a las argentinas que presionaron con la intensidad que las caracterizó en cada uno de los partidos, pero con la inteligencia de un bloque unido.
En la línea de cal, Germán Portanova daba indicaciones. El DT cambió el saco negro que vistió contra Italia y Sudáfrica, por el camperón azul además de modificar el 11 inicial al incluir a Gómez Ares, Cruz, Sachs y Núñez. La actual jugadora de Universidad de Concepción debutó en la cita más importante del fútbol y lo hizo con creces. Sin dudas que su gran desempeño en la liga local con la camiseta de Boca, fue lo que le permitió ganarse un lugar entre las 23 y en la cancha demostró precisión en la marca, asistió a las delanteras y rompió líneas con velocidad.
El reloj marcaba 37 minutos cuando Florencia Bonsegundo sufrió una lesión en la rodilla. Mientras el partido estaba detenido, y el cuerpo médico la asistía, a su lado Banini le brindaba contención. Compañeras y líderes en el reclamo que realizaron en Francia 2019 en búsqueda de un recambio en la Selección. Compañeras de cuarentena en España y compañeras de sentimiento por ser el último partido de ambas. Si bien la del Atlético Madrid lo confirmó, Bonsegundo dejó entrever en una publicación de Instagram que esta era su última Copa del Mundo. Daiana Falfán ingresó en lugar de la jugadora del Madrid CFF y ya en los últimos minutos el desgaste físico se empezó a sentir, pero se retiraron al entretiempo con un 0-0.
Para encarar los últimos 45 minutos, volvió la lluvia y en Suecia salió la histórica Caroline Seger, la jugadora con más partidos internacionales en Europa. “La esperanza le pertenece a la vida, es la misma vida defendiéndose”, escribió Cortázar y Argentina sostuvo hasta el último segundo la esperanza de volver al país con una victoria por primera vez. Bannini pasó a la posición de delantera por izquierda y salió a lucir la gambeta, esa que definió en una nota con Olé: “Es muy especial adentro de la cancha y me siento plena al mismo tiempo. Cuando estoy en esos días que realmente me olvido de todo y me siento plena, sale esa niña que se atreve y que se divierte. Es felicidad”.
El cansancio físico comenzó a pesar en el lado de Argentina y las rivales pudieron sacar a relucir su juego. Veloces y eficaces, fueron copando terreno hasta que a los 65 Rebecka Blomqvist convirtió de cabeza el primer gol. El sueño se esfumaba en la fría noche de Hamilton. Cinco minutos después llegaron los cambios: entraron Dalila Ippolito y Gabriela Chávez. A los 78 ingresaron Yamila Rodríguez y Érica Lonigro. Uno de los aspectos más cuestionables hacia Portanova en este Mundial fue que en cada partido las rivales fueron superiores físicamente y él siempre hizo los cambios sobre el final.
A los 89 minutos Elin Rubensson terminó de liquidar el partido tras convertir de penal el 2-0. Vanina Correa , en su cuarta Copa del Mundo, no llegó a leer el tiro a tiempo ni a tocar el piso. Y Suecia protagonizó el segundo tiempo con la altura que se pensaba que lo iba a hacer. No importó la lucha de Yamila Rodríguez por conseguirlo ni la arenga del entrenador al costado de la cancha. La victoria fue del tercer mejor equipo del mundo.
Hay una generación que se desató los botines en el vestuario del Estadio Waikato y jamás volverá a ajustarlos para salir a la cancha en un Mundial. Banini es una de ellas, la mendocina que se rebeló en Francia 2019 en búsqueda de mejores condiciones para las jugadoras de la albiceleste. Estuvo 1116 días sin ponerse la camiseta que ama. Lloró en silencio, tragó veneno, convivió con la broca de la injusticia, pero como dijo Marcelo Bielsa “al final todo se equilibra”. Y cuatro años después, con un fútbol semiprofesional en su país, con una mejor preparación para llegar a la Copa del Mundo, elige despedirse de la Selección por la que sufrió, rió y luchó.
Gracias al fútbol forjó esa personalidad rebelde y atrevida, la misma con la que gambetea a las rivales y la misma con la que junto con su madre fueron club por club en Mendoza intentando que la ficharan. El fútbol le inculcó la lucha como una bandera para su generación y las venideras. Y ahora le cede la posta a las más pibas que sí crecieron con un fútbol femenino naturalizado.
Y si este partido fuese una canción elegiría «Encuentro con un ángel amateur» del Indio Solari: “Yo ya no puedo cumplir, hazañas que prometí”. Es momento de regresar al país a pesar de no haber conseguido la hazaña. El equipo armará sus valijas sin poder incluir la victoria dentro de los recuerdos para compartir con la familia, pero sí con la tranquilidad de haber consolidado una identidad de juego con la que se siente identificado.