Es mentira que el dolor tiene palabras para expresarse. Nadie puede dejar de llorar cuando sabe que la partida de un ser querido lasera hasta el alma. Claro que todos sabemos que la muerte es parte misma de la vida. De lo único que estamos absolutamente seguros es que indefectiblemente vamos a morir.
Hasta la fe nos tambalea cuando el destino nos arranca la vida de alguien que queremos. Uno no es lo que tiene, es lo que deja, y Walter deja mucho. Un tipo que enfrentaba la vida viviendo todo a fondo, sin ningún tipo de grises, al menos desde mi afectiva observación objetivamente deportiva. Hizo Rugby, jugó al Polo, amaba las motos y un día charlando con Tito Pol, nuestro hermano del alma lo entusiasmamos con el ciclismo. Dijo vamos y al otro día estábamos de Marcelo Striglio buscando bicicleta.Entonces, nuestra amistad que venía de mucho antes de su Profesión nos tuvo unidos.
Todo leía, todo preguntaba,todo aprendía y así fue recorriendo el camino de aprender del ciclismo en el error-aprendizaje. Cuando comenzó a ganar carreras y se subió a lo más alto del Campeonato de su categoría en Rufino apeló a nutricionista, entrenadores y en una de esas salidas viajó en el pelotón con Cristian Luna una enciclopedia de mil carreras en el pelotón de los más grandes que después de muchos años volvía a pedalear. Enorme el pelotón de los sábados y el Cristian con su vozarrón gritando, ordenando la escalera, pidiendo que mantuvieran la línea, que respetaran los relevos. «Este sabe» me dijo una tarde camino a la Quinta de Palomeque. Y lo adoptó. Seguimos todos juntos y en cada nuevo intento por superarse le acompañé. Primero a Venado Tuerto, después a Pehuajó. Walter siempre dispuesto a tirar en esos pelotones de la una y cuarto de la tarde cuando el sol hace más pesado el guadal y el viento norte o el sur o el del este, que nunca falta en Rufino, comienza a consumirte las piernas y solo los guapos van al frente para cortarle el viento a los compañeros. Eso sí, cuando alguien gritaba» Fulano se quedó» Walter se volvía a buscarlo y lo cuidaba con el mismo respeto y humildad del que recien empieza. Cuando en la escalera por turno me tocaba pasar Walter me dejaba tirar unos pocos metros y me tocaba » No te gastes, tiro yo». Ameghino había sido mi sueño, allí iban todos los buenos y mi mejor podio había sido un segundo. Aquel año fuimos con Tito y Walter los tres de categorías distintas y en un momento Pol que lo llevaba a Walter a rueda me abrió la escalera. Ellos tiraban, yo solo aguataba la rueda. Gané la categoría y guardé esta foto de recuerdo. Primero mi accidente en el que Walter nunca dejó de ir a verme mientras estaba en cama. Después la partida de Lili, la partida de José Luis Losada y ahí nomás la de Marquitos Castelló llevados por el Covid. Se accidentó feo Pirillo, Ennio Vignolo nos dejó, Tito le terminó ganando a las arterias enfermas de su enorme corazón y Walter estuvo siempre a su lado. Siempre ofertándose a estar, a colaborar. Hasta el último día, como siempre.
Hoy entrada la tarde la noticia que no quería escuchar me llegó. Dos días antes en el saludo tempranero solo me contestó «Tengo Fiebre y estoy cansado».
Hoy Walter ya no está y no puedo parar de llorar. Ya no está entre nosotros.
Su alma debe seguramente morar en un lugar pleno de luz. En la última despedida, plena de sentimientos, sensaciones y confesiones me dijo: «La pasé muy mal, pero tengo Paz!!!
Buen viaje Hermano y que en tu vuelo el viento venga de abajo. Jamás te olvidaremos.
Anibal Mario Martini