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Las cartas manuscritas son un arte casi extinguido. Por Oscar Bertolín

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En la actualidad los canales de comunicación están poblados de tecnología. Teléfonos, computadoras, celulares, tablets, Ipods, satélites y demás juguetes maravillosos permiten una interrelación instantánea y de calidad. Todos estos elementos nos hacen olvidar, inclusive a los no tan jóvenes como quien escribe, que hubo un tiempo en el cual la relación a distancia más común y masiva era mediante el papel escrito. Existían esquelas, mensajes y cartas de puño y letra.

Aquellos sobres eran portadores de dolores y amores, alegrías y tristezas, aliento y traiciones, ausencias y presencias, lágrimas y sonrisas…Escribir sobre un papel vacío, ya sea con lápices, plumas o biromes, era toda una ceremonia. Ceremonia que no era completa hasta llevar la carta al Correo o depositarla en el ya desaparecido buzón. Prohibido olvidarse de las estampillas. Se tenía sumo cuidado en la ortografía y caligrafía, opuesto total de la actual escritura:” x qe t kiero.” Quienes no sabían escribir recurrían a conocidos “estudiados” o contrataban los servicios de un escribiente para que cumpla ese rol. Estos mensajes tardaban un tiempo en llegar a destino, pero al hacerlo acercaban continentes, unían corazones y rezos y hasta consolaban llantos y permitían una sonrisa. Sus noticias y sentimientos podían ser leídos tanto bajo los cálidos rayos del sol, la luz eléctrica o la suave llama de un candil.

Existían las cartas perfumadas, que cargaban un sutil mensaje erótico. De agradecimiento. De perdón. Hermosas postales con paisajes pintados. Cartas amarillentas, guardadas largo tiempo en un cajón. Históricas, escritas por personajes famosos. Reclamadas, aquellas que exigían devolución al romperse una pareja. Restauradas, las que de tanto leerlas y releerlas se rompían en sus dobleces. Efímeras, apenas recibidas eran destruidas. Las que producían un vacío en el alma al no encontrar a su destinatario. Cartas con olor a muerte, convocando a la guerra. Húmedas, al ser vertidas lágrimas sobre ellas.

Arte arcaico para los navegantes virtuales. Pero hoy reflotado en Europa por empresas dedicadas a escribir notas, tarjetas, salutaciones, invitaciones y mensajes manuscritos a pedido. Firmas comerciales de muy alto nivel contratan sus servicios pues comprobaron que esta forma de comunicarse es más cálida y muy bien recibida por sus clientes.

 

 

Para culminar les dejo esta particular Historia de una carta:

Es setiembre de 1914 y a Thomas Hughes de 26 años le cuesta separarse de su esposa Elizabeth y de su pequeña hija Emily de dos años. Va a unirse al 2º Batallón de Infantería Ligera de Durham. Cuando al fin se reúne con sus compañeros son embarcados en un transbordador para atravesar el Canal de La Mancha rumbo a Francia. Allí combatirán a los alemanes. Al terminar de beber cerveza de jengibre con el grupo toma una de las botellas vacías y en su interior coloca una carta para su esposa. La sella y la lanza al mar. Dos días después muere en una trinchera al ser alcanzado por fuego enemigo.

Steve Gowan, pescador de bacalao de Essex, recoge sus redes frente al estuario del Támesis. Separa el pescado y deja a un lado la basura. Luego de un tiempo repara en una amarillenta botella de cerveza de jengibre. Se la queda mirando y ve algo extraño en su interior. El tapón está absolutamente pegado a la boca de la botella y tiene problemas para poder quitarlo. Cuando lo consigue ve atónito que su contenido es un papel, una carta totalmente seca. Es un sobre con membrete de la Armada que lleva un aviso con estas palabras: “Señor o señora, chico o muchacha, le estaré muy agradecido si hace llegar esta carta aquí guardada, y se ganará la bendición de un pobre soldado británico en camino hacia el frente, el día 09 de setiembre de 1914.” Firma el mensaje Thomas Hughes. Steve no puede salir de su asombro y abre el sobre, dentro está la carta. “Querida esposa. Te escribo esta nota desde el barco y voy a arrojarla al mar solo para ver si llega. Si esto ocurre, firma este sobre abajo, en el ángulo izquierdo, donde dice recibido. Escribe la fecha y la hora de recepción, y cuida bien este mensaje. Es todo por ahora amor. Tu esposo.”

Steve entiende que atrapó la carta de amor de un soldado camino a la guerra. Enternecido se prometió cumplir con el encargo. Tarea nada fácil pues pasaron unos largos 85 años del mismo, ya que la botella fue pescada en 1999. Con mucho trabajo logra localizar a Emily Crowhurst de 87 años, hija del soldado, y que vive en Auckland, Nueva Zelanda. El diario New Zeland Post toma conocimiento del caso y paga el pasaje del matrimonio Gowan para cumplir con el pedido del remitente. Luego de volar 17.700 km se encuentran con Emily. Allí se enteran que Elizabeth, esposa del soldado, se volvió a casar luego de cinco años de viudez y que con su nuevo esposo emprendieron una nueva vida en Nueva Zelanda. Ella falleció en 1979. Emily les relata que cuando niña le gustaba jugar con las medallas de su padre y que cuando se hace mayor lee a menudo las cartas que sus padres intercambiaron cuando novios. Elizabeth Kennedy, nieta de Thomas e hija de Emily, se siente maravillada al tener en su poder la carta de su abuelo: “Para mí él ahora ya no es una fotografía. Ahora es una persona de carne y hueso”.

(Historia extraída de Primera Guerra Mundial-Cien años. Nº 4. Luppa Solutions 2014).

Oscar Bertolín

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