«El ‘shock’ de intuir siquiera toda la gente que había muerto, todo lo que se destruyó, provocó en parte el silencio. Nadie calculó ni se preguntó jamás por las consecuencias». Abner Benaim es un cineasta panameño de origen judío empeñado en filmar lo oculto, lo que no se ve, el silencio al que se refiere en el entrecomillado. La proyección de su película ‘Invasión’, presentada la semana pasada en el Festival de Cine de Panamá, tiene lugar a apenas cinco minutos andando del barrio de El Chorrillo.
Allí, donde se localizaba el 20 de diciembre de 1989 el cuartel del general Manuel Noriega, cayeron las bombas suficientes para arrasarlo todo. Se cuenta que murieron miles, se calcula que el número de hombres y mujeres exterminados, calcinados muchos de ellos, en la operación diseñada por la Administración de George H. W. Bush, podría rondar entre los 500 y los 2.000. Sigue sin saberse la cifra exacta. Ni aproximada. Es imposible precisar nada, porque nada se aprecia ni se ve de aquello ni en El Chorrillo ni en los inmensos rascacielos de la Panamá actual que visten al cinta costera; todos ellos construidos literalmente contra la memoria de lo que ocurrió ese día.
Ni rastro del episodio
«Si sales a la calle a filmar la invasión; la invasión no está. No queda rastro. Toda la historia se encuentra en la memoria de la gente», comenta Benaim. Por ello, su película, la primera producción panameña que aborda el tema, se limita a rastrear en los recuerdos de la gente la herida de lo sucedido. Y lo hace sin artificios, sin ningún otro material que la palabra y la imaginación del espectador. Cada testigo es invitado a contar, escenificar incluso, lo que vio y sintió ese día. Cada testimonio se convierte así en una suerte de representación, entre la autoparodia y el drama más profundo, en la que el narrador es la vez intérprete de su vida.
«Cuando acabó la invasión todo el mundo salió a festejarlo a la calle como si el boxeador Roberto Durán hubiera ganado un combate. Nadie quiso saber nada de los muertos ni de las consecuencias. Y en parte, por el sentimiento de culpa de estar olvidándose del dolor, se decidió olvidarlo todo», razona el director para justificar su trabajo. Y en efecto, todos los que aparecen en la película actúan como si tuvieran perfectamente claro lo que les ocurrió a la vez que se niegan a saber más. «Muchos creyeron que si exigían justicia o simplemente reclamaban la dignidad de sus muertos, podían ser confundidos por partidarios del régimen del narcotraficante Noriega. Así que callaron. Y otros, los que poblaban El Chorrillo, los más pobres de la ciudad, se tomaron la invasión como una desgracia más en la larga lista de desgracias que sufren por culpa de la simple pobreza. Así que se resignaron y también callaron», sigue Benaim.
Testimonios ante la cámara
Ante la cámara, una familia entera describe puntualmente cómo una bomba incendiaria entró por su salón llevándose a su paso todo; otros relatan la mala suerte de los paracaidistas americanos que quedaron atrapados literalmente en el fango de la marea baja, y los últimos se prestan a hacer el papel de muertos en mitad de la calle para reproducir aunque sea de forma imprecisa y algo ridícula el desastre de aquel día. Y de esta forma, la película, como un puzle, rescata una imagen vaga de una memoria profunda y nítidamente dolorosa.
«El panameño es un hombre pragmático. Le interesa el resultado y, por ello, toda la sociedad se entregó como loca a pasar página y a hacer dinero. Pero existe el riesgo de que todo vuelva. Todavía hay mucha rabia, muchos muertos sin identificar, mucho dolor», insiste el director.
La película acaba con una voz sin dueño que reflexiona en voz alta sobre la memoria. Por la pantalla, un coche cargado de muertos en bolsas de plástico (panameños que se prestan a interpretar a sus familiares masacrados) avanza a los pies una desaforada procesión de torres de cristal construidas todas ellas en los últimos 20 años. Justo después de la invasión. El texto que se escucha en ‘off’ habla de las hojas que caen de los árboles, de la tierra que queda debajo, de lo que se olvida. Es Noriega. Habla desde la cárcel. «Muchos estudiantes», dice Benaim, «no saben muy bien quién fue Noriega ni lo que pasó. Quizá es el momento de empezar a recordar, de empezar a hacerse preguntas».
Fuente: elmundo.com