Sociedad

LA NIÑA por JOSE ALEJANDRO ARCE

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El ilustre sanjuanino era buen presidente. Gobernaba un país de crecimiento asombroso y constante, pero con demasiadas luchas internas. Atendía todos los requerimientos del pueblo de manera eficiente, pero hubo algo que lo derrumbó moralmente, algo contra lo que no pudo luchar. A la ciudad de Buenos Aires la invadió una atroz epidemia de fiebre amarilla, ella se llevo a más de doscientas almas porteñas y de los alrededores. El eficiente sanjuanino no pudo hacer nada aún teniendo el poder absoluto.

El mes de Julio del año 1871 fue fatal para la pujante capital, y no solo para ella, ya que la epidemia se extendió a gran parte del país, incluyendo a la norteña provincia de Corrientes. En la mencionada provincia existía ya un lugar calmo y hermoso que hacia nada más que 46 años se había fundado en forma oficial, en el cual moraban un grupo no muy elevado de hombres, mujeres y niños, era un lugar fascinante por naturaleza, se llamaba Bella Vista.

Entre sus humildes moradores había una pequeña familia que luchaba todos los días por vivir dignamente, tenían una pequeña llamada Magdalena, ésta era de tez morena, cabellos rizados y muy alegre, le encantaba jugar y admiraba mucho a su padre, entre ambos sentían amor al igual que con su madre. La predilección de la pequeña eran los dulces que le traía sus papá cuando se estacionaba en el puerto local algún barco que iba o venia de la capital correntina, estos eran caramelos multicolores de sabores variados y poseedores de un tremendo y particular poder…provocaban con su poder que la niña abandone sus juegos, deje de escuchar a los demás y se entregue a disfrutarlos en algún lugar calmo y solitario.

Bella vista no estuvo exenta de la epidemia. La dulce niña de la mirada pícara un día no se levantó a jugar, se debatía entre fiebre, escalofríos, y dolores de cabeza. Al segundo día comenzó con el llamado vomito negro, al tercer día fue una de las victimas que engrosaban una gran y fatídica lista. La sepultaron cerca de su casa en un lugar muy bello con vista al río Paraná, en ese mismo lugar ya había varias cruces. Las autoridades del pueblo decidieron convertirlo en cementerio e instalaron una cruz principal, no muy alta ni exuberante, con el tiempo los lugareños fueron otorgándole distintos nombres hasta llegar al actual “Cruz de los Milagros”.

Pasó un siglo y un par de años más de todos esos tristes sucesos, Bella Vista está más extensa y crece a pasos agigantados, el campo santo se convirtió en un camping y de parque de juegos para niños, con quinchos, parrillas para las reuniones familiares y de amigos, y por las noches se transforma en “Villa cariño”.

Pasado un lustro del siglo XXI cuatro amigos, Darío, Hugo, Dante y Alejandro, deciden reunirse todos los miércoles en cena de amigos, la cita es ineludible e inalterable, cuando están reunidos deciden apagar sus respectivos teléfonos celulares para que nada ni nadie altere el ritual de la amistad. Ese miércoles decidieron no ir al habitual comedor ni tampoco a la casa de Hugo ni a lo de Alejandro, determinaron hacerlo en las cómodas parrillas del parque “Cruz de los Milagros”.

Los primeros en llegar fueron Dante y Alejandro que lo hicieron en el auto del primero de los nombrados, con todo el arsenal que consistía en carbón, pan, chorizo, costilla de buena procedencia, lechuga, tomates, sal, aceite para la ensalada, vasos, platos, cubiertos, tabla de picar carne, recipientes para la ensalada, repasadores varios y una conservadora con unas cuantas cervezas adentro enfriándose con algo de hielo. Cuando se dispusieron a iniciar el asado encendiendo el fuego, cayeron en la cuenta que ambos eran poco experimentados en el arte de realizar un buen asado, y decidieron amañarse y comenzar, total a las 23:00 hs. Hugo y Darío terminarían de trabajar y llegarían para poner todo en orden. El fuego increíblemente encendió rápido, ayudo que el carbón era de muy buena calidad, Alejandro saló la carne y la dispusieron en la parrilla, cuando llegaron los otros dos el asado ya estaba en marcha con o sin buen rumbo, pero en marcha al fin.

Con los cuatro juntos la velada se repartía en charlas, risas, cargadas y anécdotas, hasta que Darío vio a una pequeña que los observaba desde cierta distancia con algo de recelo y sin acercarse a ellos, lo comentó con el resto y todos la observaron con algo de sorpresa, ya que era raro ver a una niña pequeña sola a esa hora; decidieron seguir con el ritual y restarle importancia. El asado estuvo a punto y se preparaban para disfrutarlo cuando Hugo vio que la pequeña seguía en el mismo lugar observándolos y decidió llamarla suponiendo que tal vez tendría algo de hambre, le hizo varias señales con su mano para que ésta se acercara hasta que al fin lo hizo, al llegar al sitio de la reunión le preguntaron quien era, como se llamaba, pero la niña solo los miró sin responder, Darío le preguntó si tenia hambre tras lo cual la pequeña movió la cabeza afirmativamente, le pidió que se sentara a su lado así compartirían el plato y los cubiertos, Dante sirvió el asado, Alejandro proporcionó la ensalada en los respectivos platos, Hugo destapó la primer cerveza y comenzó el ataque, la morochita tomó una costilla con sus manitos y mientras la soplaba la comía, Dante le preguntó de donde venía y ésta señaló un determinado lugar con su dedito y continuó cenando con ellos, lo extraño era que no pronunciaba palabra alguna, solo asentía o negaba con la cabeza y cuando alguno de los cuatro decía algo gracioso o todos reían ella también lo hacía con una sonrisa angelical y una carcajada contagiosa que salía de una pequeña boquita, sus ojos eran tiernos y con cierta picardía en su mirar, sus cabellos rizados en negro como la noche y su piel morena.

La noche seguía su curso y como ya no había nada más por comer y ya era tarde la despidieron a la nena diciéndole que era muy chiquita para andar sola por ahí y a esa hora, que debía ir ya a su casa con su familia, ella los miró algo triste, pues debía dejarlos y no quería hacerlo ya que la estaba pasando muy bien con ellos, agachó la cabecita, se levantó y comenzó lentamente a irse por el lugar por donde había aparecido, no sin antes despedirse de los cuatro con un dulce y cariñoso beso a cada uno. Dante es el único de los cuatro amigos que tiene la dicha de ser padre, recordó que le habían quedado en el bolsillo del pantalón un par de caramelos de un vuelto y que vaya a saber porqué extraña razón todavía no se lo había dado a su hijo, entonces la llamó silbándola, ésta se dio vuelta y al ver que ésta la llamaba caminó lentamente hacia ellos, al llegar, Dante sacó de sus bolsillos los caramelos dentro de su puño, así la sorprendía mientras se los daba, antes de hacerlo le pidió un último beso en la mejilla, la niño se lo dio y como premio éste abrió su puño descubriendo el premio por tan dulce beso, la niña al ver los caramelos encendió la mirada, agiganto los ojos, los tomó con sus manitos y lo miró para luego colgarse de su cuello y abrazarlo fuerte, lo soltó y emprendió el camino de regreso a su lugar, a mitad de camino se detuvo, dio media vuelta y miró a los cuatro que la seguían mirando sin quitarles los ojos de encima mientras ella caminaba, les sonrió y elevó uno de sus brecitos y lo agitó saludándolos, luego se llevó la mano a los labios y les dejó de regalo un nuevo beso que el viento lo condujo hasta la mesa donde estaban los amigos, los cuales sonrieron y también la saludaron de la misma manera; la niña prosiguió su caminar que se hacía lento a raíz de la distracción que provocaba el quitar el papel en las que iban envueltas las golosinas, siguió un trecho más en línea recta y luego viró hacia su derecha, ellos la seguían mirando con atención ya que habían quedado encantados con la ternura y la paz de la criatura; la niña continuaba caminando y los volvió a mirar de costado, al pasar justo detrás de un viejo y frondoso árbol su imagen desapareció, como si hubiera caído en un pozo o penetrado en la corteza del árbol, sin poder creer lo que veían sus ojos los amigos se miraron entre si y no atinaban a nada, ni siquiera miedo sentían por lo sucedido a raíz de la sorpresa en la que estaban inmersos, en silencio miraron los cuatro hacia el río y a lo lejos se dejaban ver los refucilos de los relámpagos que permitían adivinar la pronta lluvia, el viento comenzó a soplar con más intensidad y decidieron levantar las cosas e irse, en un determinado momento Alejandro interrumpe el silencio aduciendo que estaban en campo santo y que seguramente esa niña era de la que se comentaba que aparecía en el lugar en determinadas ocasiones.

Todos coincidieron en algo…en volver algún otro miércoles al mismo lugar, pero esta vez con un juego de platos y cubiertos de más, gaseosas y un montón de caramelos.

JOSE ALEJANDRO ARCE

 

BIOGRAFIA

JOSÉ ALEJANDRO ARCE: nació en Bella Vista, Corrientes, Argentina, el 13 de enero de 1972. Escribe poemas, cuentos y relatos. Tiene editados cinco libros, tres de poemas y dos de cuentos; un poemario inédito artesanal; y ha sido editado en seis antologías, dos internacionales, una nacional y tres provinciales. Director y editor de la revista literaria digital POETA y lleva adelante la editorial de libros artesanales AZAHAR ediciones. Organizador de eventos literarios y ferias del libro en su ciudad y en la región.

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