Esta peste mundial sigue arrojando al día de hoy, 01/08/21, muchas más dudas que certezas. Demasiadas preguntas y pocas respuestas, y las respuestas existentes generan nuevas peguntas. El simple hecho de que se trate, a juzgar por su errático comportamiento, de un virus genéticamente modificado en laboratorio, ya es de por sí altamente sospechoso. Y más dudas aún genera la aleatoria propagación de la enfermedad. Ni hablar de las soluciones inyectables de dudoso contenido y origen, mal llamadas vacunas, cuyos laboratorios compiten ferozmente en un mundo atormentado artificialmente por los grandes multimedios que muestran una realidad totalmente sesgada.
Resulta imposible no pensar en que todo este fenómeno mundial no es algo natural y espontáneo. Muy por el contrario, se asemeja muchísimo a un experimento sociológico de magnitud sideral. Basta remitirse a pensadores controvertidos, pero de similar discurso, como lo fueron T. Malthus o H. Kissinger, para terminar asociando que el control demográfico tan ansiado y proclamado por ellos, hoy es una palpable realidad. La cantidad de muertos no solo por coronavirus, sino por otras patologías no atendidas debidamente ya que la mayoría de los nosocomios están casi totalmente reservados para atender a víctimas de la pandemia, la creciente tasa de suicidios mayoritariamente de gente que perdió todos sus ahorros y esfuerzos de una vida debido a las irracionales cuarentenas, los muertos por efectos secundarios severos de varias de las mal llamadas vacunas, y muchos más relacionados de alguna manera con esta anómala situación mundial, genera demasiadas suspicacias como para pensar que todas esas fueron muertes naturales e inevitables.
En el mientrastanto, la geopolítica planetaria sigue avanzando sin haberse tomado vacaciones. China se consolida como potencia peligrosa y rápidamente creciente, India crece aceleradamente en población y tecnología, Alemania y Francia -a pesar de sus contradicciones internas- siguen siendo las dos locomotoras de la alicaída Unión Europea, Inglaterra apuesta sus fichas a China (ya que los británicos siempre tuvieron y tienen un mostrador para cada cliente), EE.UU. continua siendo cada vez más el gigante de las patas de barro que lucha por un poderío que pierde día tras día, Rusia juega un ajedrez sumamente estratégico para posicionarse cada vez más arriba en la escalera del poder mundial, Turquía da pasos agigantados para recuperar el viejo poderío otomano, y Japón sigue siendo la perla asiática con un producto bruto interno envidiable y una tecnología de punta irreversible y cada vez más perfeccionada.
El resto del mundo vive otra realidad, muy por debajo de aquella, salvo honrosas excepciones, pero que distan mucho de ser grandes potencias, y lejos están de serlo en los próximos 50 años. Por caso, Australia, Canadá, Escandinavia, Arabia, Israel, y algunos otros países. Africa no sale de su miseria generalizada, a pesar de no haber sido tan golpeada por la pandemia, gran parte de Asia continúa en un gran atraso, Europa del este no perdió su condición de patio trasero de la ex Unión Soviética, Europa central y occidental –muy golpeada por la gran peste- trata de salir a flote con gran esfuerzo, e Iberoamérica, bastante castigada también por la cuestión sanitaria, sigue con sus eternas contradicciones interiores que no le permiten consolidarse como un bloque potente en el concierto de las naciones.
Es difícil, peligroso y poco académico, hacer futurología. No obstante, la tentación de especular con futuros escenarios mundiales es muy grande. Esta pandemia está muy lejos de acabarse, toda vez que ya apareció la variante delta, muy amenazante y que presupone inventar nuevas y riesgosas soluciones inyectables, ya que las anteriores no la pueden combatir. Y de terminarse esta peste, nadie en su sano juicio atinaría a decir que no habrán otras posteriores. El ascenso de las potencias emergentes es inexorable. La brecha entre ricos y pobres se amplía día a día. El atraso casi tribal de muchísimas naciones del tercer mundo sigue su curso, por no decir que en algunos momentos se acelera peligrosamente. Y, fundamentalmente, el decrecimiento demográfico –salvo en China e India- sigue un sendero casi marcado con precisión milimétrica.
Solo los años venideros posteriores al 2030, dirán con certeza qué fue lo que realmente pasó desde el 2020 en adelante. En ese momento, cuando ya sea tarde para lágrimas, se esclarecerá todo este oscuro panorama que hoy estamos sufriendo los tristes proletarios del mundo, y la historia pondrá blanco sobre negro de manera contundente e irrefutable.