Anualmente en Argentina nacen aproximadamente 70 mil bebés de niñas y adolescentes de hasta 19 años, es decir, que se producen entre 200 partos por día y en algunas zonas del país se registran hasta 300 nacimientos. Además, 7 de cada 10 embarazos no intencionales se producen en adolescentes de 15 a 19 años; y en niñas-adolescentes menores de 15 años, este número se eleva a 8 de cada 10.
Por otro lado, el Fondo de Población de las Naciones Unidas para Argentina (UNFPA) señala que en 2021 el 11% del total de bebés del sistema público que nacieron vivos en el país corresponden a madres de 10 a 19 años. A ello podemos sumar que hasta enero de 2022, el Sistema Informático Perinatal (SIP) registró que el 29% que las adolescentes que asistieron a maternidades públicas fueron madres por segunda o tercera vez antes de los 20 años.
Entre las causas de un embarazo precoz, pueden mencionarse la dificultad del acceso a la salud, a los métodos anticonceptivos, la pandemia, la situación socio-económica y culturales; la falta de Educación Sexual Integral (ESI) en las escuelas; las situaciones de abuso que sufren niñas y adolescentes por parte de otros adolescentes o adultos intra o extra familiares; la inestabilidad familiar y el uso de drogas y alcohol.
A su vez, las consecuencias físicas, psíquicas y sociales también son múltiples. Las madres adolescentes pueden sentir rechazo al recién nacido; la pérdida de amistades y actividades con sus pares; problemas familiares de adaptación individual o económica; pobreza, depresión; abuso del alcohol, tabaco o drogas psicoactivas. A nivel físico, las jóvenes pueden no contar con todos los nutrientes necesarios para el buen desarrollo fetal por lo que al nacer los bebés pueden registrar bajo peso o nacer prematuramente. Las madres pueden correr un mayor riesgo de hipertensión en el embarazo y enfrentar complicaciones posparto. Es frecuente la anemia, una mayor tasa de mortalidad infantil y una desproporción cefalopélvica, es decir, que la cabeza del bebé sea más ancha que la apertura pélvica de la madre.
El impacto también se observa en el desarrollo educativo de las mamás niñas y adolescentes. Según el Ministerio de Salud de la Nación, el 38% de las mujeres que fueron madres en su adolescencia no completaron el secundario y apenas el 3% accedieron a la educación terciaria.
Planteado esto, la problemática del embarazo en niñas y adolescentes se convierte en una cuestión de salud pública. Es fundamental la implementación de la ESI así como también garantizar el acceso fácil y equitativo al sistema de salud; y brindar información y acceso a métodos anticonceptivos en pos de prevenir, además, enfermedades de transmisión sexual.
Debemos trabajar conjuntamente en un abordaje integral, que contemple acciones mancomunadas entre los ámbitos de la salud, la educación y el trabajo social. No podemos perder de vista la importancia de potenciar los derechos sexuales y reproductivos de niñas jóvenes y adolescentes para que cuenten con información segura.
En suma, sensibilizar a la sociedad y a todos los actores que intervienen en la problemática traerá resultados a corto, mediano y largo plazo.