El vigilador de 40 años que robó un camión de caudales y vivió 55 días como millonario: la increíble historia de “El Dioni”
El viernes 28 de julio de 1989 Dionisio Rodríguez Martín era un vigilante de seguridad que debía custodiar un furgón que llevaba 298 millones de pesetas, el equivalente a cuatro millones de euros. Semanas después, el mismo hombre llegó a Río de Janeiro con el rostro operado y una fortuna. La historia del ladrón bueno que generó la admiración de la sociedad.
La canción la habrás oído mil veces, con esa particular voz cascada de Joaquín Sabina, allá por los años ‘90. Por las dudas, te refresco un par de párrafos: “Lo primero que hizo el Dioni al llegar a Río / Fue brindar con el espejo y decir ‘¡qué tío! (…) Con su buen par de zapatos de cocodrilo / No se le resiste ni la Venus de Milo (…) ¡Ay, Dionisio! / Fue total lo del banco sin un mal tiro / Mucho ‘visio’ / Trincar el pastón y pegarse el piro/ La de noches que he dedicado yo a planear / Un golpe como el que diste tú con un par”.
Pegadiza y pícara, la letra de este tema titulado Con un par y que es parte del exitoso álbum Mentiras piadosas, estaba inspirada en un personaje de carne y hueso al que la prensa española bautizó El Dioni. Con 40 años, totalmente calvo y bizco, este hombre sin previos encontronazos con la ley y de apariencia inofensiva tuvo la audacia de robar en Madrid, en julio de 1989, el camión de caudales que debía custodiar. Se llevó lo que serían hoy cuatro millones de euros… ¡y todo sin amenazar a nadie ni disparar un solo tiro!
Vamos a contar la singular vida de Dionisio Rodríguez Martín alias El Dioni, hasta ese entonces un tipo no demasiado extraordinario, nacido en España el 31 de octubre de 1949.
Estuvo doce años como guardaespaldas de varios presidentes de bancos, hasta que lo mandaron como vigilante de transportes de blindados y le bajaron el sueldo. Estaba agobiado por las deudas (Getty)
Un personaje gris no tan gris
El Dioni, Dionisio Rodríguez Martín, tenía 8 años cuando un vecino lo dejó bizco de un latigazo. Le dio con el cable de luz en uno de sus ojos y lo dejó visiblemente marcado. Era la primera muesca de su vida. Estudió en el colegio marianista de Madrid, Santa Ana y San Rafael, y comenzó a trabajar siendo muy joven. Soñaba con ser policía de investigación, pero a los 14 años ingresó en la empresa de seguridad Candi donde avanzó hasta conseguir un puesto de vigilante. Como custodio llegó a proteger a hombres ricos y poderosos. Entre ellos al banquero Alfonso Escámez, presidente del Banco Central de España; a Miguel Durán, director general de la ONCE (la Organización Nacional de Ciegos Españoles) y al director general de la petrolera CEPSA, Eugenio Marín.
El Dioni, admirador de Julio Iglesias y de la buena vida, pasaba sus días vinculado al mundo del dinero sin tener un centavo. Practicaba taekwondo, hacía cursos de tiro, ganaba todos los partidos de ajedrez en los tableros que le ponían delante. Era un tipo simpático, rápido y caradura. A los 18 años tuvo una hija, se casó y, luego, se divorció. Era un adorador de la vida fácil, del sexo y de las mujeres que hacen de eso un oficio. Llegó a montar su dormitorio como un escenario para sus hazañas sexuales: el centro lo ocupaba la cama y el ambiente lo lograba colocando luces verdes y rojas por todos lados. Pero su comportamiento laboral no era siempre adecuado con sus clientes. Un día dijo o hizo algo que no le gustó al jefe de personal de la empresa quien consideró que su accionar era inaceptable. Enojado, lo cambió de puesto. Le mandó sacarse el traje, le dio un uniforme y lo puso a custodiar el dinero de bancos y empresas que transportaban en furgones blindados.
El Dioni se ofendió a muerte, se sentía tremendamente humillado. Pero enseguida se dio cuenta de que el cambio podría ser una bendición. La buena vida que ambicionaba estaba ahí, al alcance de sus manos. Rápidamente su cabeza empezó a maquinar.
Cuando el caso se hizo público, el diario ABC tituló en su portada: “Se busca: vigilante calvo, bizco… y millonario”. El Dioni generaba simpatía en la sociedad (Getty)
El robo del siglo sin muertos ni tiros
El dinero fácil encandiló las pupilas de El Dioni. El viernes 28 de julio de 1989, a las 19:20, concretó su plan. Él y sus compañeros del equipo de seguridad se preparaban para recoger la anteúltima recaudación del día de la pastelería Mallorca, en la calle Alberto Alcocer, un sitio top de la capital española. Hacía muchísimo calor y, si bien le tocaba a él bajar del blindado para buscar el dinero en el local, simuló tener un súbito y violento ataque de ciática. No era una mentira total, solía padecer estos dolores de cintura y espalda, pero ese día se sentía de lo más bien.
Sus compañeros le creyeron y bajaron. El Dioni se quedó al volante del furgón lleno de dinero. Una vez que ellos desaparecieron de su vista, lo único que tuvo que hacer fue prender el motor e irse. Condujo hasta donde había dejado su auto estacionado, un Audi 80, esa mañana. Se colocó una ridícula peluca rubia, cargó su baúl con las sacas de dinero y se marchó tarareando ¡Ay! Jalisco, no te rajes. Así de simple. En su coche llevaba 298 millones de pesetas, más de cuatro millones de euros actuales.
Horas después la policía encontró el vehículo blindado muy bien estacionado, cerca de la Avenida de Pío XII. Dentro estaba la casaca del uniforme que usaba el empleado Dionisio Rodríguez Martín, una escopeta y la pistola que solía portar. No había balas ni cartuchos. La mayor parte de la millonaria carga desaparecida pertenecía al banco Hispano Americano de Madrid. Solamente había quedado el dinero necesario para pagar el sueldo a los trabajadores de la empresa.
El Dioni fue condenado a tres años y cuatro meses de cárcel por apropiación indebida. Cumplió la condena y salió en libertad. Siguió siendo famoso (Getty)
El héroe popular cambia de cara
El personaje al que todos tenían por un hombre gris y tan normal que aburría, había sorprendido a todos. Era más astuto y más atrevido que nadie.
Desde el comienzo del caso empezaron a tejerse teorías románticas sobre él que fueron construyendo un personaje de novela. Era un buen bandido que había robado millones sin disparar una bala ni herir a nadie. Una especie de héroe en las sombras porque había cumplido el sueño oculto de muchos: conseguir dinero sin ejercer violencia. Encima, decía la leyenda, había dejado en las sacas suficiente dinero para que todos cobraran su sueldo. Pero la policía no pensó lo mismo. El dinero que había quedado, unos 20 millones de pesetas, era todo en monedas y estaba en bolsas demasiado pesadas para ser transportadas por una sola persona. Para ellos El Dioni las había dejado por motivos prácticos, no solidarios.
Los títulos de los medios fueron ocurrentes y el caso más que un policial parecía un relato de aventuras. El ABC, por ejemplo, tituló en su portada: “Se busca: vigilante calvo, bizco… y millonario”.
Dionisio se había convertido para los españoles en El Dioni, un tipo querible que encarnaba sus aspiraciones… ¿Quién no había soñado alguna vez con huir, como él, muy lejos y con los bolsillos llenos de billetes?
El Dioni era un improvisado, pero se manejó bastante bien en los días siguientes al golpe. Se ocultó con unos amigos y su botín lo tenía repartido en tres grandes bolsas que pesaban 60 kilos. Antes del robo ya había conseguido un pasaporte falso bajo el nombre de Carlos Patricio Martins Valenzuela, de nacionalidad chilena, casado y nacido en Valparaíso. Y el destino lo había elegido durante un concierto de Roberto Carlos. Le gustó la onda del cantante brasileño e intuía que en ese país no lo pasaría nada mal. Repartió algo de dinero entre los que lo ayudaron y de Madrid viajó a Lisboa. De Portugal se dirigió a Río de Janeiro el 19 de agosto de 1989 donde apenas llegó comenzó a vivir la aventura extraordinaria. Alquiló un super departamento en la exclusiva zona de Barra de Tijuca. Sacó turno inmediatamente con un cirujano plástico: quería operarse la bizquera que arrastraba desde chico. No fue tanto por coquetería sino más bien para cambiar su fisonomía. También le pidió al médico retocarse la nariz. De esta manera a la policía internacional le costaría más hallarlo. Salió del quirófano con la cara renovada y se lanzó a la juerga.
Alquilaba limusinas donde llevar a las prostitutas cariocas más lindas. Desayunaba ostras, degustaba caviar y tomaba champagne por las mañanas porque decía que le quitaba la resaca. Pedía whiskys carísimos y consumía cocaína. Vivía en los hoteles más lujosos, contrataba orquestas extranjeras para divertirse con sus nuevos amigos, alquilaba helicópteros para sobrevolar la ciudad y yachts para surcar el Atlántico. Tenía la vida que quería, pero sabía que la parranda tendría un final en el corto plazo. Los investigadores le pisaban los talones. De esa época breve e intensamente feliz dijo años después: “Tenía 39 años. (…) ¡He follado un poco más que Julio Iglesias!”.