CIUDAD DE PANAMÁ.- Fue el deshielo más rápido de la historia. En cuatro días de vértigo, hablaron por teléfono, se dieron la mano, se elogiaron, se reunieron en forma privada, comparecieron juntos, fijaron una agenda y hasta prometieron tenerse «paciencia» para llevarla adelante en cuanto asomen las previsibles diferencias.
Anunciada como un encuentro informal, la reunión arrojó mucho más de lo esperado. Los presidentes Barack Obama y Raúl Castro pusieron fin a 53 años de antagonismo y acordaron que sus diplomacias trabajen juntas para un inédito restablecimiento de relaciones entre Estados Unidos y Cuba.
«Obviamente, ésta es una reu- nión histórica, una nueva era», dijo Obama. «Después de 50 años, era hora de probar algo distinto», añadió, al abrir una inesperada comparecencia conjunta con Castro, luego de permanecer reunidos por aproximadamente una hora y veinte minutos, según reveló el canciller cubano, Bruno Rodríguez.
Con el encuentro, ambos líderes refrendaron el acuerdo de trabajar en un cambio de política que marque un antes y un después en las relaciones regionales. «Cuba no es una amenaza para Estados Unidos», diría luego Obama, que también aprovechó su paso por la Cumbre de las Américas en Panamá para tener un breve diálogo con Nicolás Maduro (ver página 6).
Sentado a la derecha del líder demócrata y con un lenguaje corporal que, por momentos, parecía más relajado que el de su contraparte, Castro, de 83 años, subrayó coincidencias. «No les quitaré mucho tiempo, porque en lo fundamental pienso lo mismo que Obama», disparó ante los pocos periodistas admitidos en la sala. Luego, sin embargo, reconoció que existen diferencias «enormes» entre las partes, pero no desechó que incluso éstas pudieran subsanarse en un futuro no muy lejano. «Estamos dispuestos a hablar de todo, incluso, del asunto de los derechos humanos y de la libertad de expresión», prometió, y se comprometió a tener paciencia.
No por anunciado, el encuentro perdió la electricidad de la circunstancia. La sensación de que estaba ocurriendo algo especial. Tanto en ellos como en el reducido grupo de colaboradores que acompañó a cada uno había conciencia de que era una imagen para la historia.
Lo que queda por delante es el abordaje de una agenda de dificultades. Cuba está urgida por avanzar en cuestiones financieras y económicas, en el respeto a los derechos humanos y en la práctica democrática.
La Habana exige la eliminación del bloqueo comercial y financiero -incluso mediante el uso presidencial de facultades ejecutivas si el Capitolio pone trabas-, así como su remoción de la lista negra de países patrocinadores del terrorismo, en la que fue incluida hace 30 años, durante la presidencia del republicano Ronald Reagan.
«Hasta ahora hemos visto pequeños gestos, pero los valoramos», apuró el canciller Bruno Rodríguez, en tono exigente. Ambas partes hablan del restablecimiento de embajadas. La remoción del listado podría ocurrir en pocos días, según dijeron anoche funcionarios de la Casa Blanca.
Tanto Obama como la secretaria ajunta para América latina, Roberta Jacobson, parecieron poner paños un poco fríos y evitaron hablar de plazos. «Hay un proceso», dijo la funcionaria, que confió, sin embargo, en que el asunto no lleve más que algunas semanas. «No llegamos a ese detalle», aclaró Obama.
Antes de eso, y en una escalada de gestos de distensión, un Castro emocionado e inusualmente bromista se dedicó a elogiar a Obama. Confesó que había leído sus libros, que valoró su origen humilde y hasta especuló con que eso pudiera tener que ver con la condición de «hombre honesto» de la que, incluso, habló con otros dirigentes.
«Hay que apoyar a Obama», dijo, en un mensaje que se ve que no recogieron ni Cristina Kirchner, ni el ecuatoriano Rafael Correa, ni el boliviano Evo Morales, que dedicaron sus intervenciones a denostarlo. El presidente cubano, en cambio, optó por recordarle un «largo historial de agresiones», pero lo exculpó de toda responsabilidad.
«Usted, señor Obama, no tuvo nada que ver con eso. Otros diez presidentes norteamericanos, sí», afirmó.
Más tarde, en una rueda de prensa en solitario, el mandatario norteamericano no fue tan lejos, pero sí afirmó que Castro es un hombre con el que «se puede conversar honestamente», pero que ambos tienen enormes diferencias a la hora de organizar una sociedad.
«Yo seguiré hablando por los que no tienen voz, y no me cansaré de reclamar democracia, derechos humanos y libertad de expresión», destacó.
El encuentro a puertas cerradas tuvo lugar en una sala anexa al plenario donde transcurría la cita regional, apenas decorada y desprovista de toda pompa. Comparecieron sentados en butacas de madera oscura, separados apenas por una pequeña mesa con un jarro diminuto de rosas blancas.
Como cortina, al fondo, el logo de la Cumbre de las Américas en la que por primera vez en sus 20 años de historia hubo asistencia plena de los 35 países de la región ante el debut de Cuba, hasta ahora impedida de participar en la cita regional.
No todo fue armonía. Así como el venezolano Nicolás Maduro tuvo cacerolazos de protesta, alguien en la sala alcanzó a reprochar algo sobre derechos humanos. No pudo escucharse claramente qué era, pero sí el tema.
Obama no reaccionó. Castro tuvo el rápido reflejo de llevarse las manos a las orejas, como quien quiere o simula querer escuchar algo. Rápidamente intervino el personal de seguridad y no hubo más gritos.
Entre quienes critican el deshielo, figuran cubanos disidentes que lamentan que Obama haya cedido ante los Castro sin haber hecho exigencias más firmes en materia de respeto a los derechos humanos.
«Lo que hay en la isla no es democracia», insisten.
DIFICULTADES
A Obama le queda por delante la dificultad de que eso mismo le reprochen sus críticos a su regreso a Washington. Tal vez por eso insistió en que el acercamiento es algo «valorado y esperado» por las sociedades en ambos países.Ayer mismo, el senador republicano Marco Rubio lo consideró una concesión «ridícula».
Antes de partir hacia Washington, Obama habló con los periodistas sobre su encuentro con Castro. «Fue una conversación franca y fructífera con Raúl Castro», describió, y añadió que él fue «muy directo» en expresar las persistentes diferencias entre ambos en lo que respecta a los derechos humanos.
«Logramos hablar honestamente sobre nuestras diferencias y nuestras preocupaciones, de manera que pienso que tenemos la posibilidad de avanzar en la relación entre nuestros dos países en una dirección diferente y mejor», señaló Obama.
«Tenemos visiones muy diferentes de cómo debe organizarse una sociedad y fui muy directo con él sobre que continuaré hablando de temas como democracia, derechos humanos, libertad de reunión y libertad de prensa», ahondó.
UN MAYOR ACERCAMIENTO CON LA REGIÓN
Según publicó el diario The New York Times en un editorial, la Cumbre en Panamá tiene el potencial de ir más allá de la retórica y el drama que caracterizan a estos encuentros. Las políticas que llevó a cabo la administración de Obama permitieron acercarse a los vecinos de la región, que durante años se sintieron abandonados por Washington, sostuvo el diario.
Sin embargo, según el periódico, «todavía persiste la tensión con algunos países de la región, como Brasil y Venezuela».
«La relación con Brasil es la más significativa y fácil de arreglar. Dilma Rousseff, que se enojó por el escándalo de espionaje, se muestra entusiasmada para dar vuelta la página», indicó el diario. La cumbre, remarcó, es una oportunidad para que Obama y Dilma identifiquen áreas para la cooperación, aunque enmendar la relación con Venezuela «no será fácil».
Fuente: lanacion.com.ar