Morocho, fumador, ocurrente, inteligente, simpático, melómano, amante de las noches con amigos y algún trago, familiero, respetuoso y Médico.
Por Anibal Martini
Médico de pueblo, me explico, de esos que hacen de su profesión un apostolado y sacrifican sus tiempos más valiosos para estar siempre con una sonrisa frente a sus pacientes aunque como en el caso de los clowns más de una vez su cuerpo, su corazón y su alma estén pidiendo a gritos un descanso. Asesor y consejero, alentador, curador de almas y Cirujano con prestigio.
Se fue a buscar el doctorado en Medicina como «El Queque». Volvió con el título para orgullo del Antonio y la Porota. Para ellos «Mi hijo el Doctor» siguió siendo «El Queque», y para los amigos también. Se especializó, comenzó a darle forma al sueño que siempre había añorado y cuando estuvo preparado volvió a su pueblo, a su ciudad, a sus calles, a su gente y a sus lugares comunes. Darle a la ciudad que lo vio nacer lo mejor de su servicio, a sus padres devolviéndoles en parte el esfuerzo de contener su tiempo estudiantil y a la comunidad toda, haciendo realidad el juramento Hipocrático.
Ese don especial que muchos médicos tienen para contener al paciente emergente y en estado muchas veces terminal le daba un valor agregado a su enorme contenido profesional. La Sala de Espera de su Consultorio siempre tenía pacientes. A quién espera? – «Al Queque» era la respuesta corriente, aunque los mayores usaran esa combinación respetuosa de «El Dr. Queque» que en el abrazo de entrada a la consulta despejaba los temores angustiosos y permitía una entrega incondicional. Para un médico nada termina cuando cierra la puerta de su consultorio, ni cuando deja el Quirófano porque la disponibilidad es una Guardia sin horarios. Claro que cuando llegaba a su casa para disfrutar de su familia disimulaba los problemas con una sonrisa. Salía a festejar y festejaba. Se disponía a disfrutar y disfrutaba. Conocía a los amigos de su palo, a esos con los que podía contar para subir al auto en un ida y vuelta a Buenos Aires para ver a Roger Wather, aquellos con los que podía desandar horas de madrugada recordando anécdotas, contando historias, recordando músicos y cantantes. Eso sí, al otro día bien temprano el retome a su verdadera y gran vocación: Curar almas, salvar vidas, dar alivio a los enfermos.. Tuteándose con la muerte en el mano a mano cotidiano para salir agotado pero con una sonrisa de quien gana el envido con 27 de pié. Siempre apurado, siempre corriendo, siempre sonriente.
Desde que Tomi nació y aún antes, fui para siempre el Fotógrafo de la familia en cuanto acontecimiento ocurriese. Claro está que para los cumpleaños de sus tres hijos siempre coordinábamos una media horita ya predeterminada para las fotos de rigor familiar, sabedor quien esto escribe que no era precisamente «El Queque» el más afecto a las fotos siempre todo salió bien.
Cuando su mal tocó su cuerpo luchó como el más valiente de los valientes, estiró los tiempos como los boxeadores que sabiéndose vencidos siempre quieren terminar de pie. Siguió sonriendo, ocupándose de los amigos como siempre y estando en la Clínica hasta el último tiempo.
Hoy el cielo estaba necesitando un Médico y el Dr. Segismundo Martín, mi amigo «El Queque» ya llegó hasta las puertas del cielo presuroso para responder al llamado. Allí hay almas para curar y Dios sabe que «El Queque» sabe como hacerlo. Fraternal abrazo.