Marketing político de cabotaje. En la década del ’90 Alfredo Casero creó un programa televisivo que empleaba el absurdo llevado al límite para tratar cuestiones políticas.
Se llamaba Cha Cha Cha. Pero en las décadas siguientes no pudo volver a reeditarlo porque, sencillamente, la realidad se lo llevo puesto.
Funcionarios del gobierno argentino filtraron que está trabajando con la administración brasileña de Jair Bolsonaro para crear una moneda común que se denominaría “peso real”.
Para crear una moneda común el primer requisito es contar con una moneda propia, algo que Brasil tiene, pero la Argentina –con una inflación anual del 55,8%– claramente no.
La noticia, en caso de ser cierta, sería entonces que la Argentina está evaluando ceder la política monetaria al Estado nacional brasileño y que Bolsonaro, para no herir el ego argento, aceptaría cambiarle el nombre a su moneda (“peso real” por “real”).
Tal hecho implicaría que la corporación política argentina renunciaría a seguir cobrando el impuesto inflacionario a los siervos tributarios que habitan el territorio local, algo que luce más que poco probable conociendo los antecedentes de los integrantes de la misma.
Pero la gran noticia –más allá del marketing político de cabotaje– es que Brasil y Argentina tienen ya una moneda común. Y es la soja. Un poroto mágico que, ya sea exportado como grano o harina, se emplea en todos los confines del orbe para proveer de proteínas animales a la clase media mundial emergente.
Eso porque la soja se emplea como alimento base para alimentar aves, cerdos, vacunos y hasta peces, los cuales luego van a terminar a la cena de familias que, si bien décadas atrás se conformaban con un platito de arrocito con vegetales, ahora pueden darse el lujo de consumir proteínas animales. Y esa costumbre, pase lo que pase, ya no tiene vuelta atrás (como sucede en la Argentina con el amor al asado).
Cada semana miles de millones de habitantes de Asia, Medio Oriente, África y Latinoamérica pueden comer carne y lácteos gracias a la plena disponibilidad global de soja (que aporta proteínas) y cereales (energía) que conforman las raciones animales.
Argentina y Brasil, en conjunto, son los principales productores mundiales de soja. Y si sumamos a Paraguay y Uruguay (los otros dos integrantes del Mercosur) el liderazgo es inalcanzable para EE.UU., que es el segundo proveedor mundial del poroto.
La soja, como todo commodity o materia prima básica, cotiza en dólares estadounidenses –el patrón monetario de referencia mundial– porque es un bien aceptado y demandado en todo el mundo; un bien indispensable para el desarrollo de la civilización humana. Por ese motivo, es una moneda fuerte por sí misma, especialmente si se tiene en cuenta que desde la década del 70 las principales monedas del mundo son de curso forzoso, es decir, no tienen ningún respaldo tangible por detrás.
En la Argentina, a diferencia de lo que sucede en Brasil, a los encargados de producir la moneda que nos mantiene conectados con el mundo, se los aplasta con impuestos excesivos y regulacionesdemenciales.
Brasil tiene muchos, muchos problemas económicos. Pero la clase dirigente del principal socio del Mercosur tiene algunas cosas claras. La primera es que es necesario contar con una moneda propia (la inflación anual brasileña no supera el 5%). La segunda es que es fundamental dejar trabajar en paz a los encargados de producir divisas. Aquí en la Argentina no su cumplen ninguna de las dos premisas.